Año desagradable, hostil y necio para la cosa pública, como no podía ser de otro modo visto quienes nos mandan y quiénes nos podrían mandar. No sé si hay efectivamente un plan secreto para arruinar España pero no creo que sea necesario aplicarlo en este país que confunde progreso con civilización. Como dice Giovanni Guareschi, autor que he recuperado este año al leerme de una tacada todo lo traducido al español, progreso es tener un cuarto de baño dentro de casa, al lado del comedor y civilización tenerlo al fondo del jardín, o en el patio, si prefieren. También lo decía Tanizaki. Quién no vea la diferencia relájese y goce. Nada mejor en esta tesitura que ensimismarse y dedicarse a leer como una descosida. Pero ni aún así -y menos cuando se está laboralmente en activo- es posible alejarse de la prosa de la vida y de las añagazas de la muerte. Esa muerte que en su cosecha anual se ha llevado personas, importantes y que me importan. No voy a diferenciarlas, habrá para quienes sean lo uno o lo otro, o ambas cosas a un tiempo. Carlos Semprún, José Miguel Ullán, Eduardo Chamorro, Rafael Conte, Toni López Lamadrid, José Antonio Muñoz Rojas, Dámaso Santos, Francisco Ayala, Mario Merlino. A todos los conocí y traté, con mayor o menor intensidad. De todos lamento la muerte, pero Chamorro, Conte, y sobre todo Ullán y sobre todo Carlos, imposible olvidaros, sería como olvidar que fui joven.
Otros muertos han protagonizado mi año. Muertos que escucho con los ojos, cual manda el precepto quevediano. Consciente desde siempre de que el tiempo pasa igual si se hace algo como si no, he decidido engañarle leyendo a todas horas. Eso me ha permitido añadir a mis lecturas obligadas -profesionales y otras- un sinfín de obras que normalmente habrían tenido que esperar a "tener tiempo" para descubrirlas o recuperarlas. Pero cuando se tiene una vida muy ajetreada no se puede esperar a que el tiempo se digne a pararse para que puedas subirte a él, hay que "tomarlo" en marcha, como esos ascensores abiertos de antes que funcionaban como una cinta continua.
El año pasado fue Galdós y sus "Episodios Nacionales". Me pareció un homenaje obligado al bicentenario de la guerra de la Independencia. Esas cuarenta y seis novelas que cubren 70 años de la historia de España, desde la batalla de Trafalgar hasta la Restauración borbónica, llenaron mi 2008. En 2009 ha sido Chateaubriand, "Mémoires d'Outre-tombe", en la edición del Centenario de Flammarion que tiene su correlato en español en la del Acantilado y que cubre la historia de Francia desde finales del reinado de Luis XVI, pasando por la Revolución Francesa, Bonaparte, la Restauración para la que tanto luchó, hasta el estertor definitivo de la monarquía y los albores del Segundo Imperio. Ambos, Galdós y Chateaubriand, progresista el uno y reaccionario el otro (aunque menos de lo que cada uno de ellos creía), salvaron de las ruinas de la inteligencia dieciochesca la literatura de sus respectivos países.
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