"Ese poder, que parece algo extravagante, de duplicarse o desdoblarse, de estar simultáneamente en dos lugares distintos, en una palabra, la facultad de bilocación, que desconcertaba a los contemporáneos de Liduvina, ha sido concedido, antes y después de ella, a muchos santos.
Brígida de Irlanda, María de Oignies, san Francisco de Asís, san Antonio de Padua se duplicaron, aparecieron en cuerpos tangibles en lugares donde no estaban; la benedictina Isabel de Schonau, asistió a la consagración de una iglesia en Roma, aunque estaba en un burgo, a dieciséis leguas; la presencia de San Martín de Porres fue comprobada al mismo tiempo en Lima y en Manila; san Pedro Regalado adoraba el Santo Sacramento en una ciudad mientras rezaba, a la misma hora, delante de todo el mundo, en otra; san José de Cupertino hablaba con varias personas a la vez, en dos lugares distintos; san Francisco Javier se desdoblaba en un navío y en una chalupa; María de Ágreda, convertía indios en México mientras vivía en su monasterio de España; la bienaventurada Passidea estaba a un tiempo en París y en Siena; la madre Águeda de Jesús visitaba, sin moverse de su convento de Langeac, al señor Olier, en París; a la abadesa benedictina, santa Juana Bonomi, se la vió durante cuatro días comulgando en Jerusalén cuando no se había movido de su abadía de Bassano; el bienaventurado Ángel de Acri cuidaba a una moribunda en su domicilio y al mismo tiempo predicaba en una iglesia; el don de la ubicuidad fue concedido también a un converso redentorista, Gerardo Majella; por último, san Alfonso de Ligori, consolaba al Papa Clemente XIV en sus últimos momentos, en Roma, mientras estaba en carne y hueso en Arinzo.
Y esta gracia del Señor no quedó restringida a los años pretéritos. Existe claramente en nuestros días. Ana Catalina Emmerich, muerta en 1824, es un ejemplo, y la visitandina Catalina Putigny, una estigmatizada aún más cercana a nosotros, pues murió en 1885, fue vista, desdoblada, en su claustro de Metz.
El caso de Liduvina no es un caso aislado; no es más sorprendente que los milagros de cualquier otro tipo que proliferaron en su vida.
En resumen, sus relaciones con los ángeles fueron continuas; vivía tanto con ellos como con las personas que la rodeaban. ¿Fueron sus relaciones tan frecuentes con las santas y los santos?
Como es lógico, tuvo con ellos estrechas relaciones durante sus viajes al Edén, pero no parece que en la tierra, como tantos otros deícolas, haya tenido un comercio continuado con tal o cual santo concreto; al menos sus cronistas no nos advierten de ello. Una vez la encontramos contemplando más en particular en el Paraíso a san Pablo, a san Francisco de Asís y a los cuatro preeminentes doctores de la iglesia latina: san Agustín, san Jerónimo, san Ambrosio y san Gregorio; otra vez la sorprendemos recibiendo la visita en su casa de esos cuatro doctores que la invitan a que avise a Juan Walter que debe convencer a una de sus penitentes de Ouderschie de que vaya junto al obispo o el gran penitenciario de la diócesis para obtener la absolución de un pecado reservado del que él no puede redimirla personalmente; y creo que eso es todo."
J.-K.Huysmans, Santa Liduvina de Schiedam, ediciones Cinca, Colección Empero, 2017, pp. 191-193
Nota: El martes 6 de junio firmaré, por delegación, ejemplares de esta traducción, así como de mi novela San Judas 27, La catedral del dolor a quienes tengan la atención y la curiosidad de acercarse a la caseta 196 de la Librería Polifemo de la Feria del Libro de Madrid, a partir de las 19.30h. Pero si no se pudiera dar esa feliz concurrencia de público, y tuviera que quedarme toda la tarde a vestir santos, nunca mejor dicho, no importa, mi paciencia se nutre de las enseñanzas de Santa Liduvina y, sin duda, pasaré unos felices momentos entre los amigos que tan generosamente me acogen.
En el fragmento que he escogido se nombra a la santa Ana Catalina Emmerich. Pues bien, hace unos días en una entrada titulada "La vida nos lee" me referí al para mí extraordinario y reconfortante hecho de que el momento que ocupa nuestros afanes intelectuales, ejerce una extraña influencia en los azarosos y acertados encuentros bibliográficos, en medio del más abarrotado desorden; eso volvió a ocurrirme a los pocos días de escribir aquello, al toparme con el libro de Catalina Emmerich La amarga pasión de Cristo. No podría haber deseado un encuentro mejor ni más oportuno.
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