Extraído del artículo publicado en Libertad Digital el 22 de julio de 2005 con el título de “La soledad del poeta”.
Leo en El regreso del Húligan, libro de Norman Manea –traducido del rumano por Joaquín Garrigós y publicado por la editorial Tusquets, que recién terminada la guerra alguien le preguntó a Paul Celan (también rumano, aunque de expresión alemana): ¿qué es la soledad del poeta?; y éste contestó: “Un número de circo no anunciado”.
Eso es precisamente lo que me están montando los numerosos poetas "solitarios" (casi todos coinciden en sus respectivas presentaciones en definirse como unos solitarios empedernidos) que, desde que se me ocurrió la torpeza de desvelar aquí, la semana pasada, mi intención de preparar una antología de poetas excluidos de otras antologías, están mandándome sus versitos por correo electrónico.
Sin duda cometí un error al no explicar que no se trataba poetas inéditos, sino de poetas perfectamente identificados (es decir, publicados) cuyo principal requisito, además de gustarme su poesía, es que nunca hayan sido incluidos en las numerosas antologías que por ahí circulan por razones totalmente extra literarias, generalmente ideológicas. Sirva esto de respuesta, y de agradecimiento, a todos los vates que han tenido el detalle de desvelarme el significado de la respuesta de Celan, la cual, de otro modo, me habría parecido harto enigmática. Tal vez él mismo preparaba una antología, quién sabe. Se lo preguntaré a José Luis Reina Palazón, que le tradujo al español castellano en la editorial Trotta, labor por la cual fue recompensado con el Premio Nacional de Traducción, y que conoce su vida y obra al dedillo.
Cualquiera que se haya dedicado a la edición o a la crítica sabe de qué hablo. Ese ingente montón de manuscritos que llegan a las editoriales y buzones con la esperanza de triunfar (¡por no hablar de los premios!) gracias a la supuesta, y atenta, lectura del prójimo va constantemente en aumento. Supongo que ese desproporcionado número de letrahirientes tiene su origen en la proliferación de titulados universitarios. No hay licenciado en historia que no quiera ser novelista, ni filólogo que no perpetre alguna poesía o minicuento. De ahí el desproporcionado número de Escuelas de Escritura que se anuncian en los periódicos, incluso en las revistas literarias e institucionales.
Conmueve tanta ingenuidad, estremece todo ese circo en demasía anunciado. La solidaridad es incompatible con la soledad. Es un hecho.
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