Stephen Crane, nacido en Newark, Nueva Yersey, no muy lejos de Nueva York, el 1 de noviembre de 1871, en el seno de una familia intensamente religiosa, sintió muy pronto el prurito de la literatura con el que mitigó su fracaso como estudiante en diferentes universidades. En 1891 se instaló en Nueva York, donde llevó una vida bohemia y frecuentó los bajos fondos, dedicándose al periodismo para sobrevivir. En 1893, ayudado por sus hermanos y bajo el seudónimo de Johnston, publicó su primera novela, Maggie, una chica de la calle (una historia de Nueva York), en la que retrata esos ambientes y que ha sido considerada la primera gran novela naturalista norteamericana, a pesar de que en su momento pasó sin pena ni gloria. Hay que recordar que el naturalismo, derivado del realismo, triunfaba literariamente en Europa, capitaneado por Émile Zola. Tampoco España estaba al margen, por obra y gracia de Emilia Pardo Bazán y, en menor medida, de Clarín, Galdós y Pereda.
El naturalismo americano que doña Emilia, gran lectora, intuyó en Henry James y otros escritores norteamericanos, comparte muchas cosas con el europeo: el determinismo biológico y el protagonismo de la naturaleza así como, estilísticamente, el gusto por las metáforas botánicas y zoológicas. Todo esto lo vamos a encontrar en El rojo emblema del valor, novela que, publicada en 1895, valió a su autor fama mundial. Esta repentina celebridad no iba acompañada, en la puritana sociedad norteamericana, del reconocimiento social que, por ejemplo, tenían los escritores en Europa, sobre todo en Francia. Es más, en 1896, tras defender públicamente a Dora Clark, una mujer acusada de prostitución, Crane, que no profesaba mucho respeto por las convenciones burguesas, fue declarado “persona non grata” por la policía. Tampoco le ayudó que eligiera como pareja a una mujer de dudosa reputación, Cora Taylor, quien le acompañó hasta el final de sus días.
En esta tesitura, el joven Crane se exilió a Inglaterra, donde fijó su residencia a partir de 1897. No fue el primer escritor americano que buscaba fortuna en el viejo continente. Ya lo habían hecho, con éxito, Bret Harte y Mark Twain y, con menos éxito, Ambrose Bierce, que tanta influencia tuvo sobre nuestro autor. En Inglaterra Crane coincidió con otros escritores americanos como Ford Madox Fox y Henry James, quienes le respetaban y admiraban, algo a lo que no estaba acostumbrado en Norteamérica. Desde ahí trabajó como corresponsal de guerra en conflictos de extrema importancia, y de grandes repercusiones literarias, el greco-turco y la guerra de Cuba entre España y Norteamérica. Serían sus últimas experiencias, porque en 1900, con sólo 28 años, murió de tuberculosis en un sanatorio de Alemania, donde se encontraba accidentalmente. Crane, en su corta existencia, escribió varias novelas, además de las dos ya mencionadas (La madre de George, La tercera violeta, Servicio activo y otras) que no tuvieron gran repercusión, un notable número de relatos breves, algunos de los cuales son considerados modélicos, y un número indeterminado de poemas de muy reducida difusión.
El rojo emblema del valor es una novela clásica en su género y su autor es considerado el gran renovador de la novela bélica contemporánea, aunque parece evidente su deuda con el escritor, y también periodista Ambrose Bierce cuya obra, Cuentos de soldados y civiles, basada en su experiencia directa en la Guerra de Secesión, fue publicada en 1891, unos años antes. Hay que señalar que Bierce, nacido en 1843 y desaparecido misteriosamente en 1913 en México, donde estaba “cubriendo” la revolución en las filas de Pancho Villa, no apreciaba mucho a Crane, lo que no ha impedido que la novela de este último se haya convertido en el referente obligado para el estudio de un género que ambos cultivaron de manera admirable y que cuenta, entre sus seguidores, con escritores como Hemingway, Faulkner o Kurt Vonnegut.
No es fácil describir el argumento de esta novela. Tal vez lo único que se pueda “contar” es que narra el desarrollo de un episodio (la batalla de Chancellorsville, que tuvo lugar entre el 30 de abril y el 6 de mayo de 1863) de la Guerra Civil Norteamericana o Guerra de Secesión, desde una perspectiva totalmente exenta de cualquier patrioterismo sensiblero. El protagonista, Henry Fleming, es un muchacho que se ha alistado en el ejército de la Unión, en contra de la voluntad de su madre. La acción se desarrolla en el plazo de esos seis días durante los cuales el joven se enfrenta a las fuerzas desatadas de la guerra que corren, en su imaginación asustada, parejas a las de la naturaleza, paradigma para él de lo incontrolable. Sólo cuando se entregue ciegamente a las fuerzas oscuras y al caos entrará de lleno en combate, sin que las dudas y el miedo dejen en ningún momento de atenazarle. Además de las características señaladas más arriba, propias de la “manera” naturalista, la novela está llena de elementos poéticos que se podrían calificar de simbolistas, para empezar el propio título, porque la roja insignia del valor (o el rojo emblema, igual da) no es otra que las cicatrices que dejan las sangrientas heridas, la única condecoración que tiene garantizada el soldado raso.
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