Publicado en Libertad Digital (Dragones y Mazmorras) el 20 de febrero de 2004
Si necesitara algo más que mi propia experiencia para convencerme de que la cultura es la Cenicienta de la política me hubiera bastado comprobar el escaso reflejo mediático de la presentación en sociedad de la futura política cultural del PP. A pesar de su alcance, el discurso de Rajoy el martes pasado en la Casa de América ha merecido tan sólo unas breves reseñas en los periódicos nacionales y desde luego, muy pocos análisis.
La Vanguardia, como es natural, destacó el deseo, siempre reiterado, del PP de mantener la unidad de la cultura española frente a los proyectos excluyentes. Esto puede parecer paranoia pero viene a cuento porque la fragmentación cultural es ya un hecho. Por ejemplo algunas autonomías sólo enseñan la geografía y la historia de su circunscripción administrativa, lo cual no favorece mucho el desarrollo intelectual de los niños, y altera gravemente su percepción de la importancia de las cosas. Es como cierto amigo mío que decidió en su día no leer más que la Enciclopedia británica y encima por riguroso orden alfabético. Diez años después iba por la letra “D” y sabía todo sobre Aarón pero a Moisés sólo le conocía por alusiones o, si prefieren, sabía todo sobre Burgos y Barcelona y casi nada sobre España.
Así que está muy bien que Rajoy considere la cultura una cuestión de Estado (los franceses la consideran, junto a la lengua que la identifica, una cuestión de defensa nacional) y para ello ha pensado en crear una Conferencia de Asuntos Culturales que se encargue de facilitar la comunicación entre las diferentes autonomías. Como todo esto es muy difícil, dadas las amplísimas competencias de que gozan estas últimas, aplaudo en especial la iniciativa de fomentar el turismo cultural con las llamadas “rutas culturales” y las acciones a lo grande como el Xacobeo, o el Forum. Se empezará el año que viene, cuarto centenario de la edición del Quijote, con la “ruta del Quijote”, donde hay bastantes autonomías implicadas, incluida la catalana. Como verán desde Rocío Dúrcal enseñando el molino de don Quijote a los guiris (en la inefable película Rocío de la Mancha, advertencia que hago para los lectores menores de 40 años) hasta esto hay un gran paso. Si además sirve para adecentar los pueblos y las ciudades de toda España, pues adelante. Siempre es mejor un monumento rehabilitado y señalizado, aunque visitado por las masas (y todos contribuimos a formarlas), que una ruina, por muy evocadora que resulte al iniciado o al viajante solitario.
La Gaceta de los Negocios, ABC, El Mundo, La Razón, y El País se han hecho eco también de esas propuestas tan atractivas y algunos tomaron nota de otras también muy punteras, como pueda ser la nueva Ley de Propiedad Intelectual pensada especialmente para terminar con la piratería. Aquí se pone el dedo en una llaga que duele mucho a las industrias discográficas, a las sociedades gestoras de los derechos de autores y, de rechazo, a estos últimos. Las cosas no son, además, nada sencillas, porque quienes menos se benefician de las citadas leyes son los autores que, en algunos casos, ven seriamente en peligro la difusión de su obra, en aras de la defensa de unos beneficios materiales de los que nunca disfrutarán directamente. Y de poco sirve que reviertan en las Asociaciones que los representan. Entre otras cosas porque nadie está obligado a pertenecer a ninguna. Faltaría más, ¿y qué hace entonces dicho autor? ¿Quién defiende sus intereses? ¿Adónde va realmente el fruto de su trabajo? Y no me refiero sólo a los escritores. Ahí hay un conflicto con la no injerencia del Estado en los asuntos corporativos. Quizás por eso, ya al final del discurso, y sin que constara por escrito, Rajoy comentó, más que afirmó, que política y cultura son opuestas y que, en cultura, el Estado es un mal necesario.
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