(La Gaceta de los Negocios, 17 de noviembre de 2006)
Estuve hace poco en las XIV Jornadas de Traducción literaria de Tarazona. El invitado era Eduardo Mendoza, un novelista aceptable y en general divertido. A veces se pone pitagórico, que diría María Zambrano, es decir, serio, y es cuando más les gusta a sus traductores.
Natural; es más difícil traducir el humor que el dolor, como apuntaba el marqués de Tamarón el otro día, en un coloquio que en el que tuve el gusto de intervenir junto él y otras celebridades, invitados por el Foro Hispano Británico.
Tamarón y Carmen Posadas, al alimón, repasaron el humor en la literatura española y en la inglesa y como el debate posterior fue por otros derroteros, me quedé sin comentar que el humor tuvo más fortuna en la literatura inglesa que en la española porque Cervantes encontró mejores discípulos en la “pérfida Albión” que en España, donde triunfó Quevedo.
Esto, a pesar y gracias a la traducción, prueba de lo bueno que era Cervantes y lo receptivos que fueron los ingleses en el pasado. Volviendo a Mendoza, los traductores con los que departió eran un finlandés, un alemán, y un árabe. Este último, que era egipcio (eso explica muchas cosas) también había traducido a Borges y a García Márquez, nada parvos en materia de humor.
Los tres abundaron en esa dificultad que ni el finlandés ni el alemán consideraban insuperable. No así el egipcio porque, según nos explicó, el árabe estandarizado no conoce el sentido del humor, cosa que nos habíamos dado cuenta pero gusta que lo corrobore un experto. Lo que me pregunto es cómo se las habrá arreglado el pobre.
Comentarios