Publicado en el suplemento cultural de ABC con el título de "Hugolatría", 24/02/2002
En 1935 el Instituto Francés de Madrid celebró el cincuentenario de la muerte de Victor Hugo con una exposición en la que se mostraban dibujos originales, estampas, manuscritos y libros. Por primera vez salían de París las piezas celosamente guardadas en la Casa-Museo del poeta. Colaboraron en ella Lafuente Ferrari, el editor Teófilo Hernando, Ignacio Baüer, aquel enigmático banquero judío, amante de las bellas artes, que montó en su día un poderoso grupo editorial, José Bergamín y José Lázaro Galdiano, entre otros.
España tuvo gran influencia en Victor Hugo a pesar de que tan sólo tenía nueve años cuando, en 1811, tuvo que reunirse en Madrid con su padre, el general Hugo, convertido en grande de España por José Bonaparte. La historia, y las circunstancias familiares, dieron al traste con la “carrera española” de todos y Victor regresó a Francia con su madre apenas un año después. Su ulterior fama le hizo mantener correspondencia con algunos españoles notables, como don Emilio Castelar, quien prologó, a petición del propio Hugo, la traducción española de Historia de un crimen, publicada en 1878 en Madrid y en Valparaíso, casi al mismo tiempo que en Francia. De esta obra se hicieron quince ediciones en dos años y el prólogo de Castelar se tradujo después al francés, en folleto.
En la citada exposición se mostraban numerosas traducciones, cuyas tempranas fechas denotan el inmediato y entusiasta eco que tuvieron las obras de Hugo en España y en Hispanoamérica, donde se reseñaban sus libros y se representaban sus dramas casi al tiempo de su aparición. Si como poeta, novelista, propagandista político y visionario hizo furor en España, como dramaturgo fue más cuestionado. Bretón de los Herreros lo detestaba y Larra, que le consideraba el primer poeta del siglo XIX y no precisaba traducciones para leerlo, tampoco apreciaba sus obras dramáticas. Aún así, todas fueron traducidas y representadas.
Es imposible consignar aquí la totalidad de las traducciones al español durante el siglo XIX pero señalaré algunas: El último día de un reo de muerte, por José García Villalta (1834); Han de Islandia y Bug-Jargal, por Eugenio de Ochoa (1836), quien también tradujo en la misma fecha Hernani y en 1840 Nuestra Señora de París. Después, Nemesio Fernández Cuesta tradujo Los miserables (1863) y Antonio Ribot Los trabajadores del mar (1866), edición ilustrada por Valeriano Bécquer. También hay traducciones dispersas de fragmentos y poemas en revistas y periódicos, algunas realizadas por desconocidos y otras por escritores famosos como Pedro Antonio de Alarcón en El Heraldo de Madrid y Teodoro Llorente en El Imparcial. Incluso se hizo una parodia (género muy en boga) de Notre Dame de Paris, titulada La catedral de Sevilla (1834), de la que fue autor Gregorio Pérez Miranda
Muy curiosa es la traducción del panfleto Napoleón el pequeño, sin mención del traductor, aparecida en Londres en 1852, al tiempo que se publicaba en francés (recordemos que Hugo ya estaba exiliado en Jersey), y luego, ya en 1870 (cuando el poeta regresó a Francia), reeditada en Madrid con la mención de “traducción de E.Z. y J.A”. El noventa y tres lo publicó en español, en Nueva York (1874), una editorial llamada El Espejo Pringting & Publishing Company
Es conocido el gran impacto que causó Hugo en Hispanoamérica, como lo testimonia Rubén Darío, máximo hugólatra en lengua española. Entre las traducciones hispanoamericanas mencionaré una versión de Nuestra Señora de París (México, 1856), una deliciosa edición titulada Obras de Juventud, (Buenos Aires, Montevideo y México) y un impagable álbum de condolencias (Victor Hugo en América), publicado como folleto en 1885, fecha de la muerte del poeta, por la Prensa asociada de la República de Santo Domingo, donde se reproducen frases y versos de diferentes personalidades: desde un canónigo, pasando por ministros, cónsules y representantes de logias masónicas y sociedades políticas y literarias.
No recuento las reediciones de estas traducciones a lo largo de los años siguientes, que fueron menguando conforme remitía la fama de Hugo, aunque sus títulos nunca faltaron en los catálogos españoles. Los miserables y Nuestra Señora de París son las obras más repetidas, pero hay otras traducciones y empeños notables. Mencionaré la selección de poemas de Luis Guarner (1955); María Tudor, por José González de Velasco (1969); una versión de Carlos Dampierre en Alianza (1980) de Nuestra Señora de París y otra del mismo título por Antonio Martínez Menchén en Legasa (1982); la Antología poética de Mercedes Tricás (Bosch, 1987) y la recopilación poética de Antonio Martínez Sarrión, Lo que dice la boca de sombra y otros poemas (Visor, 1989).
Hay que recordar que en Francia no hubo obras completas de Victor Hugo en condiciones hasta 1989, tras el impacto del primer centenario de su muerte que, como dice Jean-Marc Hovasser, su más reciente biógrafo, terminó con la “hugofobia” dominante y dio paso a la actual “hugofilia”. A la luz de la que se está montando hay indicios para creer que el 2002 podría ver el renacimiento de la “hugolatría” que una vez recorriera el mundo como un verdadero huracán.
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