(Publicado en La Gaceta de los Negocios el 8 de agosto de 2003 con el título de "Incendios")
El verano, no hay duda, es una estación de lo más violenta. El calor no ayuda precisamente a atemperar las cosas y a los crímenes de todo género, incluidos los de género, tránsfugas políticos, cupletistas bordes y otros esperpentos, hay que añadir el ritual especialmente siniestro de los incendios.Portugal arde por los cuatro costados y en España, concretamente en Cataluña, los focos se unen en un mismo punto desde diferentes frentes, lo que demuestra su intencionalidad. Los medios de comunicación prestan a estas noticias la extensión que sin duda se merecen sus consecuencias, pero a nadie parece preocuparle demasiado las causas, como si todo se debiera a una fatalidad incontrolable.
Andaba yo con esta perplejidad a cuestas cuando leí en La Vanguardia que el Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil, más conocido como Seprona, detuvo el año pasado a 112 personas implicadas en incendios forestales “no fortuitos” que causaron 40 víctimas de las cuales 5 fueron mortales.
La nota terminaba concretando que, en Cataluña, los Mossos d’Esquadra han detenido desde el 1 de enero de 2001 hasta el 10 de agosto de este año a 20 “presuntos” pirómanos, entre los que destaca, una vez más, la superioridad de los hombres (18) sobre las mujeres (2), siendo 131 los “delitos por incendios forestales” los acaecidos durante ese mismo período de tiempo.
Ya es algo, pero se trata de estadísticas. Ni un nombre, ni una fotografía, como ocurre con otros “presuntos” criminales en serie, que es lo que en el fondo son los pirómanos, palabra cuyas connotaciones mitológicas parecen amparar un anonimato que sin duda siempre tendrán, sobre todo si tirar una colilla encendida desde un coche se considera “negligencia”.
Fumadores necios, locos peligrosos o fríos especuladores del suelo o la madera, están todos de enhorabuena por vivir en esta época y librarse de ser arrojados al mismo fuego que provocaron, como mandaba en sus Partidas el rey Alfonso X, mejor conocido “El Sabio” y supongo que sería por algo.
Siempre mais
(Publicado en La Gaceta de los Negocios el 29 de agosto de 2005)
Contemplo, indignada, las terribles imágenes de Galicia convertida en un ascua. Todos los lugares a los que he estado yendo año tras otro, La Puebla del Caramiñal, Noia, Lira, Carnota, los montes de la Curota y Pindo, están ardiendo por los cuatro costados. Hace casi tres años, las playas que bañan estos parajes olímpicos (me refiero al Olimpo de los dioses griegos y no a esos Juegos que nunca mais se celebrarán en Madrid), se tiñeron de negro con los vertidos de un petrolero malvado.
Como gobernaba el PP, las niñas bien que soñaban con votar al PSOE desde pequeñitas sacrificaron la temporada de esquí en los Pirineos para ir de voluntarias a Galicia, a limpiar el chapapote o piche, como dicen en algunas localidades gallegas. Por su parte, las grandes estrellas de las letras, cantadas y escritas, se subieron al podio y exigieron que “nunca mais” sucediera tal negligencia, ni en Galicia, ni en parte alguna del globo. El lema, repetido hasta la saciedad por todos los corresponsales extranjeros, conoció (simbolismos aparte) un éxito inmediato, muy similar al de “no pasarán” o “viva la muerte”.
Ahora, el podio está vacío. Gobierna el PSOE y está prohibido vociferar. Pero la época era más permisiva y aquellos escritores vindicativos, convertidos ahora en consejeros aúlicos, consiguieron su propósito de derribar, primero a Aznar y después a Fraga, pactando en ambos casos con lo peor de cada casa. Cualquiera que haya ido a Galicia antes y después de Fraga se habrá dado cuenta del cambio espectacular que se produjo bajo su mandato. Se construyeron autopistas que comunicaban esa región superpoblada con el resto de España y, sobre todo, cesaron como por ensalmo los incendios provocados, que eran el pan nuestro de cada día.
Supongo que es pura coincidencia, pero no deja de ser sintomático, y desde luego emblemático, que los pirómanos hayan vuelto a sacar las teas de sus escondites. Ahora, el lema de la nueva Xunta renace de las cenizas del antiguo y da un giro semántico de 180 grados.
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