Cada generación se queja de forma recurrente de la decadencia del lenguaje y desde hace ya tanto tiempo como para haber acabado con la humanidad parlante. En la actualidad estamos protagonizando un episodio de ese malestar que coincide, paradójicamente, con un incremento del interés por los temas relacionados con la lengua, incluso en aquellos ámbitos donde suele estar más machacada, como puedan ser los medios de comunicación. Me limitaré a mencionar sólo los tradicionales: radio, prensa y televisión, pues analizar lo que está ocurriendo en el ciberespacio es, quizás, demasiado prematuro.
Parece que este renovado interés debería incidir en un mejor uso del idioma, tanto hablado como escrito, en particular por parte de los especialistas en la materia: los filólogos, los escritores y los traductores, pero esto no siempre es así, más bien al contrario. Esto no debería extrañarnos. La lengua no es lo que sus usuarios quieren que sea sino lo que consiguen que sea, y en su aplicación práctica no da tiempo a estar leyendo las instrucciones. Cada cual echa mano de su acervo y habla o escribe según su formación o su gusto.
Tal vez lo que ocurre es que algunos están tan preocupados por respetar la estructura interna de la lengua que, paralizados por el reverente temor a la norma, olvidan que las palabras tienen vida propia y no saben aplicar lo que saben, o sencillamente es que sólo saben enseñar. Como esos pianistas que a pesar de ser unos excelentes profesores son unos pésimos concertistas.
(Publicado en Rinconete, Centro Virtual Cervantes el 28 de junio de 2000)
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