Cuando algo nos indigna, como ocurre con los crímenes de ETA, se crea cierta incapacidad para expresarlo, como si de tanto repetirlos hubiéramos desgastado la eficacia de los términos adecuados. Por eso decimos que “no hay palabras". Es muy frustrante, porque se tiene la impresión de que los criminales acabarán creyendo que la sociedad, al haberse acostumbrado a sus desmanes, los admite.
Pues bien, ya en una ocasión parecida, hice un recuento de palabras que me vinieron a vuela tecla, para completar aquellas que nos faltan en el momento de calificar hechos como el aquí contemplado. Esta vez he recurrido a esos benditos auxiliares que nos demuestran que sí hay palabras:
Para empezar, se trata de una aberración, una abominación, un abuso, una afrenta, una atrocidad, una abyección, una barbaridad, un desafuero, una desmesura, un desprecio, un despropósito, una desvergüenza, una felonía, una inclemencia, una indignidad, una injuria, una injusticia, una inmoralidad, un insulto, una maldad, una ofensa, una sevicia, una vergüenza, una vesania, una vileza, un ultraje.
En consecuencia, se trata de algo abominable, abusivo, afrentoso, artero, bárbaro, censurable, culpable, cruel, denigrante, desaforado, desmesurado. despreciable, detestable, execrable, hiriente, impío, inaceptable, indebido, indeseable, indigno, inexcusable, injustificable, injusto, inmerecido, inmoral, innoble, insultante, lacerante, lancinante, lesivo, malo, malvado,ofensivo, perverso, protervo, rastrero, reprobable, ultrajante, vergonzoso, vesánico, vituperable, y zahiriente.
Hay muchas más, algunas muy expresivas, pero estoy segura de que no hace falta ni sugerirlas. Vamos, que sí hay palabras.
Y a propósito de las víctimas, el sufrimiento y la memoria, me gustaría citar algo que dijo en 1998 la teóloga judía Goodman-Thau a raíz de un coloquio en el que participaban, entre otros, el cardenal Ratzinger (La provocación del discurso sobre Dios, editorial Trotta): “Asumir el sufrimiento ajeno, cimentar la paz, conformar la vida de uno de acuerdo con eso, es un elemento mesiánico, un martyrium. Éste sería mi memorial. Grabar en él los nombres de las víctimas sería obsceno. Porque en cada nombre de víctima va inscrito el de un culpable. Habría que hacer un monumento en el que sólo se grabaran los nombres de los culpables…”
Por eso hay que saberlos, para grabarlos: nombre, apellidos, y luego profesión: asesino.

La última línea lo resume todo: asesinos.
Publicado por: José Luis Millán | 10/11/2017 en 19:57