Algunos amigos (y no sólo traductores) que trabajan en las instituciones de la Unión Europea me han transmitido su inquietud por el incierto futuro del español como lengua de trabajo y se preguntan quién y cómo se defiende el español en ese ámbito. Tal vez nadie, y desde luego mal, porque a partir de ahora habrá sesiones que, aunque expresadas en español, sólo quedarán reflejadas en inglés, francés, si acaso, en alemán. Parece que, en la práctica, se está olvidando que una de las premisas de la UE es el respeto por el plurilingüismo, opción cara, pero necesaria para jugar todos sin romper la baraja
También nos resultan caras a nosotros las autonomías y ahí estamos, traduciendo del español al catalán, al gallego, al vascuence y, puestos a «hacer lengua», al bable y poniendo subtítulos surrealistas a las intervenciones y los carteles más triviales, para que no se nos pique nadie. Eso sí, en contrapartida, he recibido una invitación de la Generalidad de Cataluña para «el 25 de juny, a dos quarts de vuit del vespre», sin tan siquiera el socorrido correlato numérico internacional (19,30h), al que una ha sabido llegar porque sabe francés. Lo mejor es que se trataba de la conmemoración del 50 aniversario del Congreso de Poesía en Segovia de 1952. ¡Qué gran ejemplo de respeto por la identidad cultural!
Si en vez del español la lengua importante fuera el catalán, las cosas nos irían mucho mejor, porque lo cierto es que estos compatriotas son muy avispados. Ellos siempre se han abierto camino en el ancho mundo, sin desdeñar la Unión Europea, habilidad que, en lo que respecta a esta última, comparten con los vascos. De hecho, no hay comité, grupo de trabajo, proyecto 2000 o lo que sea, que no tenga delegación de las dos autonomías españolas, delegaciones que, en su denominación, se guardan muy mucho de que aparezca por ningún lado la palabra «España», mientras que ésta brilla por su ausencia, debido a la incuria de la administración central que deja esos pequeños frentes al descubierto. Como dice el refrán «al freír será el reír» y nadie se queje cuando dentro de poco en la UE se utilice el catalán y el vascuence, tal vez no en los grandes actos pero desde luego en los petits comités.
Así que no debe extrañarnos que los catalanes ya estén tocando las teclas necesarias para conseguir un premio Nobel y con él, la tan anhelada proyección universal de su cultura. Lo primero que han hecho es dar ese premio que se han sacado de la manga para competir en internacionalidad con premio Príncipe de Asturias –el Premi Internacional Catalunya– a Harold Bloom, autor del famoso libro titulado El canon occidental. Por la módica suma de 80.000 euros, han conseguido que el facedor de ese canon (que iniciaron los monjes en los años oscuros cuando decidieron qué había que copiar y qué arrojar a las tinieblas exteriores) incluyera entre los inmortales a Ramón Llull, Salvador Espriú, J.V.Foix, Mercè Rodoreda y Joan Perucho, el único superviviente del grupo, luego «nobelable», que dirían los franceses. Se me ocurre que sería una bonita encuesta para realizar por Internet, porque, como dijo Bloom en su discurso, con evidente desprecio, «en la malla mundial, todo el conocimiento está disponible; lo único que falta es la sabiduría». Habrá que aceptar ese reto.
Libertad Digital (Dragones y Mazmorras), publicado el 26 de junio de 2002 con el título de "Querido canon".
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