Una de las consecuencias del atentado del 11 de septiembre es la exacerbación del antisemitismo y del antiamericanismo (porque van a la par) que caracteriza a de los intelectuales de izquierda. No necesito recordar que la postura del periódico que los representa en nuestro país no distó mucho de la declarada alegría de los etarras y proetarras, así como de los árabes, de la que tuvimos pruebas documentales que quedarán para la historia universal de la infamia (El País de 12 de seeptiembre de 2001 tituló así la noticia: "El mundo estremecido por las posibles represalias de Bush). Una amiga francesa me dijo que pasó lo mismo en su país, donde esa «izquierda caviar», detentora de la belleza, de la inteligencia y de la cultura, no «sintió ninguna lástima» –esa fue la expresión utilizada por mi amiga– por las miles de víctimas del terrorismo musulmán y en el fondo se alegraron de que el «orgulloso gigante americano recibiera esa lección», olvidándose de que el gigante está formado por un sinfín de razas y nacionalidades cuya sangre ha sido derramada, sin duda, en vano. Como ocurre en el País Vasco, aquí también se les niega a las víctimas toda piedad, se las convierte en culpables. A Paul Celan, a Primo Levi, a Victor Klemperer, a todos los que nos han legado testimonios de cuál era el ambiente moral e intelectual del nazismo, les llamó también la atención la indiferencia, la falta de humanidad, de sus refinadísimos y cultísimos compatriotas no judíos
En este clima abominable que estamos viviendo desde que con este atentado despertamos al siglo XXI, se suceden las amenazas y los insultos a quienes se atreven a levantar la voz a favor de las víctimas y a favor de los países más directamente afectados, Estados Unidos e Israel.También, desde entonces, todo lo que hace referencia a estos últimos está cargado de intenciones ideológicas. Así, hay directores de cine y películas americanas a los que hay que boicotear, y escritores judíos buenos y malos según sean sionistas o antisionistas y si ya son israelíes, porque les ha tocado nacer ahí o les han llevado de pequeños, se distinguen los que son anti Sharon de los que no lo son. Esto último afecta también a Amos Oz que acaba de publicar El mismo mar, en la editorial Siruela. En esta novela en verso, de amor y de difícil lectura, en la que, en contra de lo que suele ser habitual en este autor, no hay prácticamente ninguna alusión al conflicto, la crítica ha destacado ¡su gran compromiso con el momento político!
Otro autor que se va a beneficiar de la manipulación ideológica es, sorpresivamente, Edmond Jabès. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, acaba de publicar su testamento poético, Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato. Si hay en las letras francesas, ya de por sí alambicadas, un autor minoritario, hermético y complicado (sin olvidar a Michaux), ése es Edmond Jabès. Muchas veces me he referido a él en estas crónicas, pues es uno de mis escritores preferidos. Sus libros son el resultado de una reflexión poética de índole metafísica, que ahonda en los conceptos de «exilio», «extranjero», «libro» y «desierto». Todos ellos representan para él la esencia misma de la creación literaria y de la existencia. Es también el poeta de la «judeidad», de lo extranjero como forma de vida, en la que incluye también al creador, al poeta, así como del silencio en el que están contenidas todas las palabras, lo dicho y lo no dicho. Pues bien, también la crítica al uso le está jaleando. ¿Por su excelencia literaria? Tal vez, pero sobre todo porque, gracias a José Ángel Valente, pontífice máximo del jabesianismo hispano, aparece como antisionista.
Valente, antes de morir, hizo una selección del libro de Jabès titulado Del desierto al libro. Conversaciones con Marcel Cohen (Editorial Trotta, traducido por Ana Carrazón Atienza y Carmen Dominique Sánchez) que Galaxia Gutenberg incluye en Un extranjero... a modo de epílogo. Reproduzco a continuación el texto que Valente no incluyó en su selección.
Cohen pregunta a Jabès: «Cuando abandona Egipto usted no piensa ni por un instante establecerse en Israel. Sin embargo, siente profundamente que todo lo referente a ese país le concierne». Jabès contesta: «Hoy en día, un judío no puede dejar de ser solidario con el destino de Israel y ante todo porque antes de convertirse en un Estado, esta ínfima parte del globo era ya una tierra de refugio. Observe que así fue tal y como se reconoció en el mismo instante de su fundación por la URSS y EEUU y más tarde por las potencias occidentales, incluidas Francia e Inglaterra cuya influencia era aún determinante en la región. Al no haber pensado nunca que la solución del problema judío pasaba necesariamente por Israel, yo diría que, para mí, este Estado forjado con el sufrimiento de tantos mártires es el reflejo de la quiebra ejemplar del liberalismo occidental. Que haya sido necesario crearlo para salvar a los judíos occidentales es y seguirá siendo la vergüenza de Occidente. Las diferentes oleadas de inmigración en ese país, incluso las más recientes, han sido siempre el resultado de la intolerancia. Antes que cualquier otra consideración filosófica, política o religiosa, la creación del Estado de Israel es menos un punto de justicia fundamental –lo que para mí es grave– que la única y previsible réplica del judaísmo herido por una injusticia general».
Y luego sigue (y esto es lo que ha elegido Valente): «Esa tierra judía, incubada secretamente desde hace miles de años, estaba sin duda demasiado anclada en el sueño, en la fe en el cumplimiento de una promesa divina, para ser reducida a las dimensiones de un pequeñísimo Estado cuya fuerza de persuasión sólo depende de su ejército. Estado cuya existencia es sin cesar cuestionada y que está condenado a seguir siendo tributario, no de la idea que puede o podrá un día dar de sí mismo, sino de la idea que los demás se hacen de él. Porque lo que es verdaderamente ese estado lo ignora todavía. (...) La pretensión del Estado de Israel de asumir todo el judaísmo es utópica, como lo es la del judaísmo mundial deseoso de anexionar a Israel. Hablar de solidaridad es introducir la noción de diferencia. Lo contrario supondría que sólo somos solidarios de nosotros mismos. Así, el hijo se descubre, un día, diferente del padre, pero ligado a él por vínculos de sangre. Estar al lado de Israel es haber tomado conciencia de esa diferencia. Su libertad de actuar y la nuestra dependen de ello».
(Publicado en Libertad Digital (Dragones y Mazmorras) el 3 de julio de 2002 con el título de "Epidemia antisionista".
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