La otra tarde me perdí la inauguración de la exposición «Diego y Frida, amores y desamores», donde se reúnen 80 fotografías en blanco y negro y 2 en color de esta pareja de cuidado. Afortunadamente podré verla con tranquilidad porque estará expuesta hasta el 15 de abril en la sala Juana Mordó del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Y es que tengo verdadera fijación en esa pareja, en particular en Frida Kahlo que me parece un monstruo de la naturaleza. Su marido, Diego Rivera no le iba a la zaga, pero era bastante más previsible. Precisamente el año pasado, más o menos por estas fechas, se subastaba por una cantidad astronómica uno de los famosos autorretratos de Frida.. No recuerdo si se trataba de aquel que ella misma regaló a Trotsky (de quien fue amante) cuando éste residió como exiliado político en su maravillosa casa de Coyoacán, la misma casa donde el comunista español Ramón Mercader lo asesinaría el 21 de agosto de 1940, por orden de Stalin. Se preguntarán ustedes qué hacía Trotsky en casa de unos conocidos estalinistas. Tiene su explicación. En 1937, Diego Rivera (que se había autoexpulsado del partido comunista mexicano en 1929) consiguió que el gobierno mexicano diera asilo a Trotsky, asediado por los sicarios de Stalin. Diego y Frida le acogieron en su casa de Coyoacán, junto con su mujer, pequeño detalle que no impidió que la exótica Frida añadiera al no menos pintoresco político a su colección de amantes de uno y otro sexo. El idilio duró casi dos años y para consolidar su ruptura, Frida le regaló –como solía hacer en casos parecidos– el consabido autorretrato.
Fue ese mismo cuadro, el que André Breton contempló con admiración y estupefacción, cuando visitó en 1938 a Trotsky en casa de los pintores mexicanos. El Papa del surrealismo decretó al verlo que «la pintura de Frida Kahlo es un lazo alrededor de una bomba» y Frida se encontró de pronto con que era surrealista sin saberlo y también sin quererlo, de modo que escribió en sus diarios: «Pensaron que yo era surrealista, pero no lo fui. Nunca pinté sueños, sólo pinté mi propia realidad». El respaldo de Breton dio un impulso decisivo a su carrera. En cuanto a su militancia política, la parejita volvió poco después al redil y ambos practicaron, sobre esa época y sobre su amistad con Trotsky, una abyecta autocrítica, muy del momento. Desde entonces apoyaron la causa comunista con todos sus medios, que no fueron pocos. Me pregunto si en la exposición está la fotografía en que se ve a Frida y a Trotsky, él muy sonriente y ella muy hierática, con sus pendientes y sus collares aztecas, fechada en 1937. No tardaré en saberlo.
Libertad Digital, 22 de marzo de 2001.
Nota actual: Sobre el asesino de Trotsky, léase Gregorio Luri, El cielo prometido. Una mujer al servicio de Stalin, Ariel, 2016.
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