Riaza. Hoy, jueves 19 de abril, he vuelto a mi predio segoviano, tras un invierno como hace más de sesenta años que no se conocía, por el rigor del frío y la abundancia de nieve, ni en estas tierras altas, de por sí heladoras. La recuperación de la naturaleza es sorprendente y en apenas una semana de bonanza, los tulipanes, narcisos, jacintos, forsitias, y árboles frutales que estaban prácticamente desnudos, han florecido como si nada hubiera pasado. Para colmo, oí cantar al cuco, con sólo cinco días de retraso sobre el año anterior, tan templado y seco. Su canto me llegó del sotobosque, no lejos de mi casa. El cuco, si no es una de las aves precursoras de la primavera es la oficialización de la misma y la predilecta de algunos poetas, como José Jiménez Lozano que le ha dedicado un libro de poemas ("La estación que le gusta al cuco", Pretextos, 2010) o de Álvaro Cunqueiro que nunca dejó de consignar su aparición anual en los bosques gallegos. Su repetitivo e inconfundible canto se ha convertido, gracias a los relojeros suizos, en el emblema del paso del tiempo y su inveterada costumbre de poner los huevos en nido ajeno para que los críen otros ha hecho de él el patrono de los gorrones y los embaucadores.
El año pasado por estas mismas fechas andaba yo leyendo las Conversaciones de Eckermann con Goethe y precisamente el día en que oi al cuco, leí una experiencia que tuvieron ambos cuando paseaban por el bosque y oyeron su canto. Eckermann, que era ornitólogo, le contó las singularidades de este asuto volátil. Reproduzco aquí lo que consigné en mi blog a este respecto:
El cuco, al ser herbívoro, sólo condesciende a dejar sus huevos en los nidos de otros pájaros que también lo son. Los padres adoptivos, no conformes con aceptar este encargo, se sienten además tremendamente felices y orgullosos de haber sido elegidos para tan alta misión, hasta el punto de que cuidan a esos polluelos postizos con más cariño que a los suyos propios, permitiendo incluso que algunos de éstos mueran de inanición.
El cuco es un caso evidente de líder carismático, pues, una vez criados, pero todavía jóvenes, suelen instalarse cerca de sus padres adoptivos que le siguen alimentando con sumo placer. Pero no sólo ellos, también los demás pájaros, acuden magnetizados a su reclamo y les dan de comer. Como muestra de amor, estos cucos, cuando les llega su turno, dejan a veces sus propios huevos en los nidos de sus padres adoptivos.
A Goethe lo que más le asombraba no era tanto que el cuco confiara su progenie a otras especies, sino que éstas lo aceptaran con naturalidad e incluso con gusto, en lo que veía la omnipresencia de Dios que había extendido e implantado por doquier una parcela de su amor infinito...
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