Jules Verne nació el 8 de febrero de 1928 en Nantes, ciudad marina por excelencia (su afición al mar es una de sus obsesiones recurrentes), en el seno de una respetable y acomodada familia de armadores, por parte de madre, y de notarios, por parte de padre. Tras sus estudios en el liceo de esa ciudad, se traslada a París en 1847 para licenciarse en derecho y ser notario como papá. Ahí, alterna con la gente de teatro, empieza a escribir comedias de dudoso éxito y le nombran secretario del Teatro Lírico. En 1856 se casa con una joven viuda con dos hijas, según algunos para salir de pobre, que será la madre de Michel, su único hijo, el cual se emancipará muy pronto de la familia y, una vez muerto su padre, se dedicará a mangonear su legado literario, muy en la línea de lo que hacen ahora algunos herederos de escritores famosos, ya sean hijos, viudas e incluso sobrinos o familiares políticos. Entre sus amigos están los dos Dumas, en particular el hijo, quien le pone en contacto con Pierre-Jules Hertzel, el monstruo sagrado de la edición de su tiempo, que desempeñará un importante papel en su vida y, sobre todo, en su obra. Hertzel también publicaba a Balzac, a Georges Sand, a Victor Hugo y a Stendhal. Mezcla de agente literario, director comercial, librero y editor en el sentido anglosajón del término, Hertzel era un editor premoderno, que tras hacerles firmar contratos de por vida, sometía a sus escritores a un leonino régimen de trabajo; no sólo leía los manuscritos a conciencia sino que en el caso de algunos autores, como Verne, no dudaba en meter mano cuantas veces considerara necesario. Así como animó a Balzac a llevar a cabo su Comedia humana, no escatimó medios para que Verne pudiera realizar su proyecto de novelar y popularizar la Ciencia, como Dumas padre había novelado y popularizado la Historia. Esa hermosa y fecunda amistad debutó en 1863 con su primera novela, Cinco semanas en globo, que conoció un éxito inmediato.
A partir de ese momento, Verne alternará su trabajo de agente de bolsa con la escritura, lo que le permitirá vivir de manera confortable en Amiens, ciudad natal de su mujer, donde se instala definitivamente a partir de 1873, llegando a ser concejal del Ayuntamiento. En 1885 se queda viudo y en 1886 su sobrino Gastón, hijo de su querido hermano Paul, le pega un tiro en una pierna, (al parecer en un ataque de locura) que le deja inválido. Se retira del mundo y entra en una fase pesimista que acentúa el catastrofismo de sus últimas creaciones; pienso en particular en La isla con hélice, feroz ataque al materialismo americano, y Frente a la bandera, donde un sabio loco amenaza al mundo con una terrible explosión, y aún más en las póstumas, como París en el siglo XX (la única obra de Verne que he traducido), donde el triunfo de la tecnología y el automatismo sobre el espíritu y la cultura clásica (leer es prácticamente un delito) se lleva a cabo bajo el riguroso control del Estado. En Amiens, vive en la más absoluta soledad y muere el 24 de marzo de 1905 de un coma diabético, a la edad de 77 años. Al igual que le ocurrió a Victor Hugo, aunque por otras causas, Verne conoció en su vejez un notorio descenso de popularidad, que quedó redimido por la multitudinaria demostración de admiración que le tributaron las más de cinco mil personas venidas de todas las partes del mundo a sus funerales. Los franceses saben honrar a sus hombres ilustres, e incluso a sus mujeres (recuérdese el no menos multitudinario funeral de Colette, por ejemplo), sin contar con que Verne recibió, honores militares, por añadidura.
Cien años después, su reputación conoce una difícil rehabilitación literaria. A pesar de eso, sus obras están traducidas a todos los idiomas y se reeditan constantemente, sin olvidar las adaptaciones al teatro, la ópera, el cine y los dibujos animados. ¿Pero quiénes son los destinatarios de la obra de Verne? Sin duda, se contestará que los jóvenes y los niños, pero desde que Raymond Roussel lo puso en duda, esa pregunta no ha recibido todavía una respuesta categórica. Roussel creía que era demasiado profundo para ser considerado un escritor de literatura juvenil, y sería cierto si se añadiera “y tedioso”. Por otro lado, y desde una perspectiva totalmente moderna, que se inscribe en el delirio de esa corrección política, algunos educadores han llegado incluso a desaconsejar la lectura de sus libros por diferentes razones, como el antisemitismo de César Cascabel (1890), el chauvinismo de Clovis Dardentor (1896) o la misoginia de todas sus obras. De todos modos, su ámbito de influencia es el de la literatura juvenil e infantil, y sus historias –ya que no sus libros– siguen alimentando la imaginación de sucesivas generaciones de lectores. Esa influencia incontestable ha conocido un desplazamiento muy propio de estos tiempos en los que el formato audiovisual predomina sobre el formato libro; si hasta hace unas décadas Verne era el escritor juvenil por antonomasia y mantenía con sus lectores un diálogo directo, desde los noventa los niños conocen a Phileas Fogg o el Capitán Nemo a través de los dibujos animados, y se divierten con sus aventuras, pero ignoran quién es su creador. Aún así, su recepción en España sigue siendo importante. Si se consulta el ISBN español, que recoge los títulos publicados desde 1972, encontrarán 1951 títulos de Verne, frente a los 721 de Agatha Christie, por compararle con otro escritor de reputación universal, o los 702 de Galdós, los 405 de Pío Baroja y los 181 de Emilia Pardo Bazán (son cifras de hace ya una decena de años), por remitirnos a algunos de nuestros autores más importantes.
Como ocurre con los autores consagrados (excepto con los españoles) su universo es objeto de veneración e investigación constantes. A su alrededor se han vertebrado numerosas instituciones, como el Museo Verne, en Nantes o la Sociedad Jules Verne, que publica un Boletín, o el Centro Internacional Jules Verne, en Amiens. En dichos centros es prácticamente imposible no encontrar todo lo necesario para escribir una biografía y, como es de suponer, se han publicado ya unas cuantas, entre las que me gustaría destacar las dos más consultadas por los vernólogos, Jules Verne de Herbert Lottman, traducida al español (Anagrama) y Jules Verne de Pierre-André Touttain, (L’Herne, 1998). Verne no sólo tiene lectores españoles, también tiene biógrafos. Julio Verne, ese desconocido, de Miguel Salabert (Alianza Editorial), publicada por primera vez en 1975 y Yo, Julio Verne de J.J.Benítez, que (Planeta, 1988).
Una observación sobre la alternancia en nuestras referencias bibliográficas de Jules y Julio, como se le sigue llamando sin empacho en España. Traducir los nombres propios a su equivalente en el idioma que fuere, era una práctica completamente normal hasta bien entrado el siglo XX. Durante mucho tiempo se dijo en español Federico Nietzsche, Jorge Sand, o Edgardo Poe, y en francés Michel de Cervantès, con entera tranquilidad, los ejemplos son numerosos; Ahora se respeta el nombre original y se pueden encontrar repertorios bibliográficos y bases de datos en los que figuran ambos, y en algunos casos la transformación es tal que casi parece que se tratara de dos autores distintos.
Para terminar, algunas frases sobre Verne que no tienen desperdicio: “…es tan monstruoso hacer leer a Verne a los niños como obligarlos a aprenderse las fábulas de La Fontaine…” (Raymond Roussel); “Julio Verne fue uno de los cretinos más fundamentales de nuestra época” (Salvador Dalí); “Ha sido Verne quien me ha decidido a la astronáutica” (Gagarin) y, por último, esta concisa perla de Guillaume Apollinaire: “¡Qué estilo el de Jules Verne! ¡Sólo sustantivos¡”
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