Publicado en La Gaceta de los Negocios, el 12 de mayo de 2008.
La culpa de que este mes de mayo no levantemos cabeza en materia de programación cultural la tienen, cómo no, los franceses. Empezaron el 3 de mayo de 1808, cuando fusilaron a un montón de madrileños levantiscos, obligándonos a los españoles, y en particular a los de Madrid, a conmemorar esas fechas por siempre jamás, y este año con mayor motivo, que es el bicentenario.
No contentos con eso y hace ahora 40 años, un grupo de estudiantes franceses se pusieron contestatarios con sus mayores e iniciaron una mini revolución burguesa que, como todas las revoluciones de ese signo, acabaría triunfando a largo plazo. Sólo había que esperar a que crecieran los enanos y se hicieran notarios, como les auguraba Ionesco o no sé si Paul Morand, que ya me hago un lío con tanto libro. Creo que eran 300 (como en las Termópilas) los valientes que, una vez cerrada por las autoridades la Universidad de Nanterre, de donde partió el movimiento, se encerraron a su vez en la Sorbona, dispuestos a pasárselo en grande y, de paso, a derribar a de Gaulle y, según dicen algunos de ellos ahora, a toro pasado, a derribar el comunismo totalitario (ja, ja).
El Gobierno no se andaba con chiquitas y mandó a la policía para desalojarles de mala manera, pero, en los aledaños de ese “recinto sagrado” empezaron a concentrarse más jóvenes que se unieron a la revuelta y aquello acabó como el rosario de la aurora, con más de 400 heridos de uno y otro bando. Entiéndanme, yo no pretendo comparar ambas fechas, sino mostrarlas como una serie de actos, forzosamente independientes uno del otro que, sin embargo, tienen dos cosas en común: fueron protagonizados por franceses y sucedieron cuando “mayo era por mayo cuando hace el calor/cuando los trigos encañan y están los campos en flor”. Voilà tout.
Julia Escobar
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