Algunas quisicosas[1]
Clara de Luna
Semana grande para la cultura. La cuadra Castillo ha quedado al completo y en proporción hay más letrahirientes (y letraheridos) en el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes que en toda Hispanoamerica, que ya es decir. Recapitulemos: Luis Alberto de Cuenca, poeta y además de Clásicas, en la Secretaría de Estado de Cultura; Jon Juaristi, también poeta –y además ensayista- en la Biblioteca Nacional; Andrés Amorós, sabio en muchas materias, incluidas las poéticas, en el INAEM. Ítem Juan Manuel Bonet, editor de poetas, que va a sustituir en el Reina Sofía al ya desplumado «pajarito» (guiño a mis fieles lectores). Y para redondear la tasa de lirismo en la administración sepan que tanto el director general del Libro, Fernando de Lanzas, como el de las Bellas Artes (que por cierto se llama Puig de la Bellacasa, ¿lo pillan?) son poetas, que yo lo sé. Mejor imposible.
¡Menudo chasco se han llevado los progres! ¡Ellos que auguraban el advenimiento de la mediocridad y el fin de la inteligencia si el PP conseguía la mayoría! Es tal la rabia que algunos se pierden en los papeles. Así, Ernest Lluch[2] en La Vanguardia llegó a reprochar a Juaristi y a Pilar del Castillo el silencio sobre sus antiguas militancias (recuerden que Juaristi estuvo en ETA). Les acusaba de no haberse explicado suficientemente, lo cual, además de vileza totalitaria (pues no tenían por qué hacerlo) indica mendacidad (porque sí lo han hecho). Lo mejor de todo es que a esa postura, para él inicua, opone la clara y valiente actitud de Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo.
Les diré que aunque yo me alegro de estos nombramientos por España lo siento por mí, ya que mi natural cicatero se va a quedar algo corto de temas y temo que mi rendimiento disminuya. Menos mal que la industria de la cultura está en alza y, según dicen en la Unión Europea, la cosa va a más y en España mejor. Como que tenemos la bicoca de las Américas que ahora que no nos pertenecen rinden más que cuando supuestamente les exprimíamos la médula. No hay más que ver los resultados de la Feria de Buenos Aires celebrada durante la primera semana de mayo. Yo no pude ir porque no conseguí que me pagara el viaje el periódico pero como tengo espías en todas partes me he enterado de que en Argentina el libro es nuestro y la lectura de nadie, porque al parecer leen casi tan poco como aquí. Me explico. Una gran porción de la tarta se la reparten Santillana-Prisa (55% del libro de texto) y Planeta (el resto). La otra porción está siendo devorada por el alemán Bertelsmann que compró en 1998 la Editorial Sudamericana y por los yanquis, éstos en el sector científico y técnico. ¡Si Victoria Ocampo levantara la cabeza! Pero me ha tranquilizado saber que aunque las editoriales son españolas, los autores siguen siendo autóctonos. Los argentinos tienen creadores a punta de pala, faltaría más. Estarán condenados a soportar a nuestros editores pero no a nuestros escritores, ya es suerte.
Las que no piensan igual son las agentes literarias. Me dicen algunas que es más fácil vender en España a un autor hispanoamericano que viceversa y esto, que parece tan natural, les frustra mucho. Ni la incomparable Balcells lo ha logrado. Por cierto, leo que le han dado una medalla de oro de las Bellas Artes. ¡Vaya si se la merecía la señora! Curiosa mujer. Los editores tienen con ella una relación de amor-odio, en el que se mezcla el temor y la admiración a partes iguales. La acusan de haber deteriorado sus relaciones con los autores, al introducir una mediación interesada, sin caer en la cuenta de que fueron sus abusos los que condujeron a esta ya irreversible situación. Sus autores la adoran. Confían en ella ciegamente y dejan en sus manos sus dineros, que ella lleva administrando desde hace tiempo con pericia precursora de las prácticas más globalizadoras. Así nacieron «Macondo», la sociedad que gestiona los derechos y propiedades de García Márquez, la finca de Cela en Guadalajara, la piscina iluminada de Vázquez Montalbán y tantas otras cosas buenas para ellos. Es un híbrido de mujer de negocios y abuela justiciera. Adereza con suspiros las cifras astronómicas y nadie sabe si es peor que ría o que llore. Sus comienzos no fueron fáciles, pero ha llegado a lo más alto. Fue Vintila Horia quien la inició en los derechos de autor y Jaime Salinas, que era uno de sus jefes en Seix Barral, quien la animó a que se metiera de lleno en el negocio, «siempre –la advirtió– que no te lo tomes muy en serio». Ella pretende haber seguido al pie de la letra el consejo y piensa que quizás a eso se deba su éxito. Una peculiaridad inimitable del estilo Balcells en la negociación: coger al editor por sorpresa y mezclar imprecaciones con arrullos, lo que supone un libro bueno por diez malos. Un genio. A mí me cae muy bien y no sé por qué me recuerda a Lola Flores. Quizás por aquello que dijo Indro Montanelli cuando la flamenca actuó por primera vez en Nueva York: «No baila, no canta, pero no se la pierdan». De Carmen Balcells se podría decir que ni lee ni escribe, pero que siempre acierta.
[1] 27 de mayo de 2000
[2] Lluch murió poco después, víctima de un atentado terrorista de ETA y algunos no lo entendieron y se manifestaron por primera vez en contra de la banda terrorista. Me recordaron a esa señora que se llevó un sofocón terrible la primera vez que la robaron porque pensaba hasta ahora los ladrones la habian perdonado porque sabían que era de izquierdas de «toda la vida». Jorge Semprún, siempre tan rotundo, llegó a decir en La Vanguardia que «el asesinato de Lluch y la fatma de Rushdie son caras de la misma moneda».
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