El aforismo, apotegma o sentencia, resume brevemente una verdad fundamental (Kraus decía que el aforismo nunca coincide con la verdad y es en sí, una media verdad o una verdad y media), y suele ser lapidario, sentencioso y definitivo. También es un género de raigambre, cultivado desde la más remota antigüedad, de gran eficacia expresiva cuando está logrado y oscuro y deslavazado cuando fallido; en este sentido, se le suele comparar con la poesía y parece acertado, pues ambos géneros pretenden transmitir una emoción estética o formular un pensamiento que libera al poeta y al aforista de sus obsesiones, compartiéndolas así con las de sus lectores. Pero tampoco se puede decir que el aforismo tenga reglas, ni de forma ni de fondo, fuera de la brevedad, como ocurre con el poema; en este sentido, el aforismo es más libre y también más eficaz pues da rienda suelta al sobrante de ideas y pensamientos que muchos escritores y filósofos no incluyen en sus obras más discursivas.
Esa media verdad, o verdad y media, revelada en los aforismos es, sin duda, uno de los propósitos José Antonio Martínez Climent, y la que atraviesa el hilo narrativo de su colección. ¿Pero es una verdad referida a qué? Generalmente a los intereses intelectuales del autor, que ve en este instrumento una manera idónea de expresar la quintaesencia de su pensamiento o de sus sentires. Tampoco hay normas, pero, tras el descubrimiento de algunos libros fundamentales del género, como los "Escolios a un texto implícito" del pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila, cuya gran cultura y voraz curiosidad ha dado a ese género un sentido más abierto, también más comprometido, se ha podido comprobar que, con esa forma de expresión discontinua, se puede desgranar, de forma coherente, un pensamiento completamente unitario, como podría hacerse, pongamos por caso, en un ensayo.
"Cazar a Leviatán" está dividido en tres partes. La primera, con resonancias conradianas (“Ya nadie lee a Joseph Conrad”, dice uno de los aforismos), se titula “Los cuartos del vígía” -que se podría muy bien subtitular “avistando al monstruo”, a Leviatán, el cual “A la carestía del ser opone la voracidad del cardumen”. Esta primera parte es la más lírica, la más impregnada de los elementos de la naturaleza, tan conocidos del autor, como queda resumido en lo siguiente: “Recordar en nuestros necios cabotajes que en línea tramontana del horizonte a tierra, crece el viburno en algún vallejo cuaternario, con una arboleda y una finca en ruinas donde tampoco tendremos sitio jamás.”
En la segunda parte, “Los santos lugares”, no creo equivocarme al decir que Martínez Climent tiene muy en cuenta la lección del maestro, y entre sus impresiones intercala opiniones, glosas y comentarios interpretativos de sus lecturas, algunos implícitas, pero muchas completamente explícitas: “En favor de Darwin, el Homo metaforicus de Nietzsche ha dado paso al concejal de cultura”; y otros aforismos referidos a Schiller, Dostoievski, a Hölderlin y su crítica al Estado, etc. Dos temas, también muy gomezdavilianos, recorren las otras dos partes del libro: La crítica a la arquitectura (Le Corbusier), y la crítica a la Iglesia: “La doctrina de la igualdad pretende ser el último disolvente del cristianismo, razón por la que gradualmente la adopta el Vaticano”, así como también es gomezdaviliano ese poso de pesimismo y misantropía: “El discreto alejamiento del misántropo hace más por la cohesión social que cualquier idea colectivista”, o la búsqueda del reaccionario auténtico, el reaccionario total: “El reaccionario intersecta la nostalgia con un rayo de fuego”. “El reaccionario sí distingue entre el estupor del cavernícola y el resplandor del científico”; “Donde el progresista exalta la higiene, el reaccionario admite el pudridero”; “Conocer a tu vecino disuade de cualquier idea republicana”. “El bonancible hombre medio al que remite todo idealismo es justamente el que, un día cualquiera, es capaz de concebir y ejecutar las mayores atrocidades. Conviene llamarlo por su nombre: el monstruo del ómnibus de Clapham”. “Lísístrata hoy sería concejal de igualdad”, “Ya nadie lee a Conrad”. “El cultivo del fragmento deviene en pasión por el escombro”. Sí, definitivamente, diríase que Leviatán ha triunfado.
La tercera y última parte se titula “Umbrías y Hontanares perdidos”, lugares que Martínez Climent frecuenta y conoce. Terrenos de caza para proseguir la lucha contra Leviatán, al que atisbaba el gaviero en la primera parte. Algunos consejos de caza al respecto: “Bailar es para el cazador un ejercicio que conviene evitar, pues su inmediatez limita el alcance de su obra.” Y tras el combate, la victoria: “Arponeando a Leviatán es posible un último gesto de autarquía; alzar la vista, contemplar la pesada oxidación del crepúsculo y sentir justificada la última tarea noble, la de cazar a Leviatán”.
Al terminar la lectura de este libro, cuyas piezas, como ocurre en un puzle, cobran todo su sentido al completarse, no puede una dejar de preguntarse si el aforismo es un género tan fragmentario, después de todo.
(Del Prólogo de "Cazar a Leviatán" de José Jose Antonio Martinez Climent, Ediciones Mustavaris, Colección Aforismos.www.Lulú.com).
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