NUEVOS RUMBOS[1]
Muchos de los lectores de esta sección se sorprenderán al no encontrar la firma de su creadora, la inimitable Clara de Luna. No teman, es para bien. Clara, que siempre ha bromeado sobre la solera de sus orígenes (decía estar emparentada con el mismísimo Condestable de Castilla, el malogrado don Álvaro de Luna) ha encontrado un destino opíparo al recuperar una herencia por la que su familia llevaba pleiteando muchos años. La gestión de su nueva fortuna y otras circunstancias que no vienen al caso, la alejan provisionalmente de sus tareas de escribidora profesional. Conozco a Clara desde hace algún tiempo y me da la impresión de que no pertenece a ese género de personas que escribe sólo por dinero. Volverá. Me toca a mí asumir ahora esta otra herencia, menos pingüe pero que obliga igualmente. Soy consciente del compromiso que adquiero al continuar su sección. Deseo fervientemente no decepcionar a sus admiradores y les prometo que intentaré estar a su altura. No es fácil. Clara me había pasado unas cuantas notas sobre los acontecimientos culturales que le habían llamado la atención a pesar del supuesto bajón estival. Algunos, de los que me haré eco, pertenecen al acervo común pero otros, por su peculiar idiosincrasia, prefiero no abordarlos. Que lo haga ella cuando vuelva.
Pero basta de sentimentalismos y pasemos a los hechos que, como ya les he anunciado, no son tan escasos como sugiere el pronóstico del tiempo. La verdad es que la actividad de la semana se ha centrado sobre todo en los numerosos cursos de verano que han abierto sus aulas por toda la geografía nacional. Los cursos de verano son como unas jornadas de puertas abiertas al mundo de la cultura en la que los doctos se codean con los indoctos y todos juntos, intentamos asimilar en unos pocos días lo que nadie consigue digerir en un curso entero. Loable empeño que pone de relieve la inquietud intelectual de nuestra sociedad y su insaciable apetito.
Decir «cursos de verano» es decir El Escorial y la UIMP (Universidad Internacional Menéndez Pelayo) que son, entre otras cosas, los que invitan a más periodistas. También los que tienen más solera, en particular los segundos. Recuerden por ejemplo, que el poeta Pedro Salinas estuvo al frente de La Magdalena, de forma que su familia salió directamente desde Santander al exilio en el 36, como me contó –y se lo contará a todos en su libro de memorias– su hijo Jaime Salinas, cuando yo le ayudaba con entusiasmo a redactarlas para la Editorial Tusquets, hace ya algunos años. Aprovecho la ocasión para anunciarles la primicia pues, al parecer, las memorias del editor están a punto de caramelo[2]. No sé que habrá ocurrido después de mi retirada del proyecto pero cuando lo dejé se contaban cosas sumamente interesantes sobre el nunca bien ponderado grupo de Barcelona (Barral y sus muchachos) y las muy verídicas historias de las respectivas gestaciones y posterior desarrollo de editoriales tan importantes como Alianza Editorial y Alfaguara, en las que tuvieron un destacado papel personalidades relevantes del mundo de la edición como Javier Pradera, Ignacio Cardenal, José María Guelbenzu, Luis Suñén, etcétera. Aunque conozco muy bien el paño, siento enorme curiosidad por saber cómo narrará mi admirado don Jaime los episodios posteriores: su paso por la Dirección General del Libro y su vuelta a la edición a la cabeza de la editorial Aguilar, que abocó en el inaudito desmantelamiento de una de las editoriales más importantes de la historia contemporánea española y en su propia jubilación.
Es cierto que desde entonces (les hablo del año 1991) las editoriales han sufrido tantas transformaciones que eso es, efectivamente, historia, pero no está mal recordar que durante algún tiempo un editor fue alguien que leía manuscritos y libros y que después elegía según un criterio muy definido creando eso que se llamaba una «línea» (por eso está todo el mundo tan conmocionado con lo de la jubilación anticipada de Esther Tusquets, que dirigió Lumen por lo menos durante treinta años seguidos) mientras que hoy es un ejecutivo que lo mismo puede dirigir Planeta, pongo por caso, que Seix Barral y que en el plazo de cuatro años puede haber pasado por todos los grupos editoriales conocidos aunque luego, en su pueblo, a lo mejor tiene una pequeña editorial (o una revista) con la que «enjuagarse la boca».
Volviendo a los cursos de verano, los hay en Ávila, en Valladolid, en Soria, en Alcalá de Henares y en muchos otros lugares igualmente paradisíacos, pero insisto, son los de El Escorial y la UIMP los que más acaparan la atención del así llamado público. Por ejemplo, este año el Instituto Cervantes ha elegido Santander para inaugurar el primer «mestrado», o curso de formación para profesores de español procedentes del Brasil que son los que se ocuparán de extender nuestra lengua por esas latitudes y de los que tanto se ha hablado últimamente. Hechos son amores y no buenas razones, aunque el IC es pródigo en ambos, como se demuestra por el Anuario 2000, presentado en sociedad esta misma semana. También esta semana la Fundación Duques de Soria presenta en esta ciudad la creación de un Instituto de Historia del Libro y de la Lectura. Nace este centro con la gran ambición de convertirse en un organismo de investigación y fomento de los estudios de la cultura escrita desde sus orígenes hasta el presente, bajo todos los formatos. Serán sus directores Pedro Cátedra y María Luisa López Vidriero, pero la sede del Instituto estará en Salamanca, en la subsede (sic) de la Fundación Duques de Soria. Aunque no sea el primer centro dedicado a la historia del libro y la lectura hay que darle la bienvenida y saludar con alborozo su nacimiento. Que no sea el primero no le hace superfluo, porque son muchos los aspectos que quedan por estudiar y muchos los huecos que llenar. Pero echemos un vistazo al panorama.
Por un lado están las instituciones oficiales del ramo, para empezar la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas, aunque no es más que un órgano de gestión y administración. De ella no se puede esperar una línea de investigación aunque sí de seguimiento y aplicación de lo estudiado. Está la Biblioteca Nacional, espacio privilegiado que tiene unas funciones muy definidas de custodia e investigación; y desde hace ya casi diez años hay, precisamente en Salamanca, una Facultad de Biblioteconomía donde, me consta, se realizan investigaciones muy interesantes sobre los aspectos más dinámicos de la sociedad lectora, pero con escasa difusión, como ocurre con todo lo universitario. En lo privado, la Fundación Germán Sánchez Ruipérez lleva ya unos cuantos años trabajando en diferentes cuestiones relacionadas con la historia del libro y de la lectura. Algunas de ellas, como los diccionarios de términos editoriales, de ortografía técnica y otros, son de gran utilidad documental y práctica. En Galicia, dirigido por Isaac Díaz Pardo, está el IGI (Instituto Galego de Información) que también se dedica a estos menesteres y supongo que se me habrá escapado alguna otra institución dedicada a tan nobles propósitos desperdigada a lo largo de nuestra dilatada geografía. Pero ninguna, ya sea pública o privada, se ocupa con rigor de la memoria editorial. Es cierto que en España esa facultad intelectiva tiene pocos cultivadores, pero en desmemoria y ocultación de datos las editoriales se llevan la palma. Por tanto me atrevo a sugerir a los creadores de este nuevo Instituto que recuperen archivos, rescaten correspondencias y trabajen con las editoriales, porque la historia de la edición es uno de los capítulos menos conocidos y más interesantes de la historia intelectual de España.
Los cursos de El Escorial han empezado con la poesía, concretamente con Álvaro Mutis en diálogo con un grupo de jóvenes poetas españoles lo que ha dado pie para que un grupo de viejos poetas españoles insistan en clasificar a los poetas en familias buenas y malas. Buenos son los de la experiencia, por supuesto, y también el grupo de Valladolid, no teman, pero malos, muy malos, malísimos los que «se cobijan bajo el apelativo de poesía de la diferencia» y que no tienen ningún peso en la historia de la literatura (palabra de García Martín en el citado curso). Me pregunto quienes serán esos «diferentes» por los que hay que sentir tanta indiferencia. Miro a mi alrededor y no les hallo. Afortunadamente el veterano Álvaro Mutis, con su feroz independencia de gaviero, redimió al gremio, salvándolo de su imberbe decrepitud. Hay muchas cosas que me gustan de Mutis: una de ellas es que tuvo varios oficios en su vida, entre otros de doblador de películas. Toda una generación –a la que pertenezco– antes que por su escritura lo conocimos por su voz: era el inolvidable narrador de la serie «Los intocables». Otra de sus virtudes es su independencia política que le permite sostener sus convicciones por encima de las modas y de los convencionalismos progres: Mutis es partidario de la Monarquía y además de la absoluta. Esta singular postura le llevó en una ocasión a correr serio peligro. Estaba dando una conferencia en la Universidad de Puerto Rico en la que proclamaba la necesidad de que ese país se independizara de los Estados Unidos. Hasta ahí todo eran aplausos y vítores, pero Mutis prosiguió su argumento: lo que debían de hacer una vez liberados del yugo yanqui (perdón por la espantosa aliteración) era volver a la corona de España. El alboroto que se armó fue tal que Mutis tuvo que hacer lo que su nombre indica protegido por la policía. Y es que como muy bien dijo él mismo en un poema «el peligro está donde está el cuerpo».
[1] 13 de julio de 2000 en Libertad Digital
[2] Desde entonces, las han anunciado más de dos veces. Yo misma, más adelante, vuelvo a referirme a esto. Me dicen que ya es definitiva su publicación.
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