Piensa Carmen Calvo y el gobierno que de manera tan estrafalaria vicepreside, que sus desmedradas y desmembradas propuestas lingüísticas van a originar un debate sobre el sexismo en el lenguaje, y que esto es algo nuevo. Ya a finales del XIX, y hasta muy entrado el XX, cuando las mujeres fueron accediendo a profesiones hasta entonces vedadas, se habló mucho de la oportunidad de feminizar el lenguaje encontrándose con que ya lo estaba, y de manera tan arraigada que costaba trabajo convencer a la gente de que, por ejemplo, una médica no era la esposa del médico. Por eso, las escasas mujeres que empezaron a despuntar tímidamente en la vida pública prefirieron seguir masculinizando el lenguaje, temerosas de algunas confusiones desagradables, cuando no degradantes, como les ocurrió a Emilia Pardo Bazán y a Concepción Arenal.
Hasta que las cosas cambiaron. La proliferación actual de mujeres profesionales y cualificadas, hace que incluso los hombres hablen de ir a “la médica”, sin saber si quien les va a recibir en esa cita que piden al Ambulatorio es una señora de rompe y rasga o un señor con bigote; como los profesores de Universidad suelen referirse a las “alumnas”, aunque haya algún que otro mozalbete en sus aulas. Lo que quiero decir es que la lengua, como bien saben los lingüistas, pero tal vez menos quienes ahora nos gobiernan, es un organismo vivo y autónomo y, como tal, obedece a sus propias leyes sin que le influyan decretos ni ukases.
Ha llegado un momento en que nadie cree ya que la alcaldesa sea la mujer del alcalde, la abogada la mujer del abogado ni que una mujer pública sea una profesional del vicio, y a las mujeres se las puede ya citar sólo por el apellido, sin anteponerle el artículo “la” para que no las confundan con un hombre. Este fenómeno de adecuación a los "nuevos usos" se extiende a todos los aspectos de la actividad humana; por ejemplo, un título como "La Regenta" no tendría hoy más sentido que el estrictamente literal, del mismo modo que ya no se puede sacar en las películas a nadie fumando o pegando a una mujer como no sea para caracterizar como inconsciente, en el primero caso, y malvado, en el segundo al personaje que eso hace, aunque aquí entramos de lleno en "lo políticamente correcto".
Para terminar: la lengua española, dúctil y agradecida, tan dispuesta a feminizarlo todo, para lo bueno y para lo malo, se ha plegado perfectamente a este cambio social sin que medie ni la Academia ni las demenciales propuesta de este gobierno desnortado, apoyado por esa legión de hombres y hombras, tontos y tontas, que han invadido mi ciudad, mi país y parte del extranjero.
Comentarios