Publicado en Libertad Digital (Dragones y Mazmorras) el 7 de junio de 2001, con el título de "Un mundo inhabitable).
Siempre se han considerado los primeros meses del año «fechas bajas», en las que se publican los títulos menos comerciales. Se supone que como el curso está a la mitad, todo el mundo ha comprado los libros de texto. También han pasado las fechas de los regalos de Navidad y Reyes (incluidas las devoluciones) y todavía falta bastante para que asome el otro gran hito editorial: la Feria del Libro de Madrid, preludio de las lecturas de verano, que para algunos son las únicas del año. Sin embargo, he leído en alguna parte que la mayor parte de los libros se compran durante el primer trimestre del año. ¿Cómo se explica este misterio? Si el dato es cierto eso quiere decir que así como la mayor parte de los títulos que se publican en las llamadas «fechas claves» son de relumbrón, también lo son sus lectores y que los verdaderos compradores de libros aprovechan esos meses huérfanos para ponerse las botas, sin tener que sufrir las pilas de novedades que no dejan ver el bosque. Me gusta esta idea; me reconforta pensar que el mercado todavía vive gracias a un grupo de lectores puristas (y pudientes) que lo evitan cuando está saturado de productos híbridos. Para estos fieles parroquianos las librerías, a partir de abril, se convierten en lugares inhabitables.
Como inhabitable se está convirtiendo también el mundo para algunos escritores con este asunto de los plagios y la defensa de los derechos de autor. Que no se me interprete de manera torcida: los derechos de autor, en cualquiera de sus vertientes: creación, adaptación, traducción, etcétera, son sagrados. Y, en ese sentido los españoles tenemos una ley modélica, la «Ley de Propiedad Intelectual de 1987», tan generosa que aquí no podría haberse dado el caso de Alice Randall, a la que han prohibido judicialmente publicar una parodia de "Lo que el viento se llevó". Yo encuentro esta decisión de lo más discutible y creo que los americanos llevan demasiado lejos el principio de propiedad intelectual. Sobre todo los herederos de Margaret Mitchell, quien a su vez no parece que desconociera la novela de Julia Peterkin "Scarlett Sister Mary", que obtuvo el premio Pullitzer en 1929, en la que se cuenta la vida en una plantación del Sur, durante el siglo XIX. ¿Les recuerda a algo?
Pues bien, los celosos herederos de la Mitchell llevan persiguiendo a varias generaciones de autores del mundo entero con el propósito de que no les roben lo que consideran de su exclusiva propiedad. Durante siete años intentaron proceder judicialmente contra la francesa Régine Desforges por su novela "La byciclette bleu", publicada en 1987. Fue en vano. Tampoco pudieron hacer nada contra Yuliya Hilpatrik, pseudónimo que oculta a una serie de escritores rusos que han publicado en Rusia varias novelas rosa con títulos tan sugestivos como "La llamaban Escarlata", "El secreto de Escarlata" y "El último amor de Escarlata". Sin embargo, en 1979 acabaron con una comedia titulada algo así como "La escarlatina" y fueron bastantes los autores a los que negaron la autorización para que «continuaran» la famosa novela. Sólo lo consiguió Alexandra Rippley, como todo el mundo sabe, y al parecer hay otra novelista que prepara un tercer ataque, también debidamente autorizado. Sepan que no es el único caso, también el hijo de Nabokov ha conseguido quedarse con el 5% de los derechos de autor de unos "Diarios de Lolita" en los que la novelista Pia Pera narra la escabrosa historia desde el punto de vista de la «nínfula». Todo hay que decirlo: Dimitri Nabokov entregó lo recaudado a una asociación de escritores. ¡Imagínense la gracia que le habría hecho a Ramón Tamames si hubiera tenido que darle a la ACE a CEDRO o a la SGAE la mitad de los derechos de su novela inspirada en La Regenta de Clarín! Pero no demos ideas.
Francamente, me parece excesivo, sobre todo porque la historia de la literatura es la historia de una larga digestión. Recuperar un personaje o un argumento par dar otra versión de los hechos, con nuevos planteamientos, lejos de constituir un plagio, hay que entenderlo más bien como un enriquecimiento o como una regocijante diversión. Da reparo citar lo mil veces citado pero ¿qué habría sido de Shakespeare, qué habría ocurrido con nuestros autores del Siglo de Oro, qué con Racine, Molière, Goethe y un etcétera tan largo como una enciclopedia de la literatura universal, de haberle nacido prematuramente a la humanidad un sentido tan puntilloso y tan literal de la propiedad intelectual? Pues que ahora las librerías, durante ese extrañamente provechoso primer trimestre del año, estarían doblemente vacías. Ni más ni menos.
Esto no tiene nada que ver con los plagios, de los que surgen casos a todo momento. Cuando el apestoso asunto Quintana, que espero llegue a los tribunales, los periódicos se pusieron a remover basureros. Incluso La Voz de Galicia se sumó a los acusadores de Cela con textos tan anodinos que es mejor no saber quién los ha escrito. Le acusaron incluso de haber entregado la novela al Premio Planeta fuera de plazo, basándose en el hecho de que en ella se reproducen noticias de ese periódico, posteriores al plazo de presentación. ¡Cómo si los escritores no pudieran hacer correcciones en sus obras hasta casi la víspera de que pasen a imprenta! Es más, los escritores pueden hacer lo que le da la gana, sobre todo los novelistas, que para eso es ficción. Lo dijo alto y claro el inefable Tahar Ben Jelloun, el escritor marroquí de expresión francesa (podría serlo de expresión árabe y bien que se lo reprochan algunos) para salir al paso del escándalo que ha originado su última novela en Marruecos. Todos le acusan de oportunismo, y de meterse con el régimen tiránico de Hassan II a toro pasado. Para empezar, hay algo que me ha llenado de perplejidad. Me refiero al título "Sufrían por la luz2. ¿Por qué, si el título original, "Cette aveuglante abscence de lumière", tiene una correctísima traducción literal: "Esa cegadora ausencia de luz"? Pues porque el título de la versión española está sacado de un verso de Vicente Aleixandre:" Sufrían por la luz labios azules en la madrugada", que se cita al principio del libro, sin explicación de ninguna clase, razón por la cual todos pensarán que el conocimiento de la literatura española de Ben Jelloun, producto tal vez de su amistad con Felipe González, es admirable y que la cultura española va ganando adeptos. Pues se equivocan. Esta cita no figura en el libro original, con lo cual, y ya que hablamos de plagios, RBA editores ha hecho cometer un plagio indirecto a Tahar Ben Jelloun. ¿Pero quién plagia aquí realmente? ¿Y a quién se le demanda?
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