Por solidaridad con los judíos, que están padeciendo uno de esos virulentos ataques de la pública opinión a los que están demasiado acostumbrados, asistí ayer a la presentación del libro titulado La comunidad judía de Madrid. Textos e imágenes para una historia. 1917-2001, del que son autores Jacobo Israel Garzón y Uriel Macías Kapón. Se hizo en la sede de la Comunidad porque no pudieron presentarlo el 18 de abril en la Biblioteca Nacional (ya lo comentó en su día en estas páginas Alicia Delibes), como estaba previsto. El ex director de la misma y actual director del Instituto Cervantes, Jon Juaristi –uno de los presentadores– se lamentó de ello y confesó sentirse «defraudado, humillado e irritado», por varias razones. Primero, por haber sido él quien propuso a Luis Racionero la petición de la sala; segundo, por haber sido él director de la Biblioteca Nacional, cuya trayectoria queda empañada por esta «suspensión cautelar» y tercero, porque como español, considera que se ha ejercido una vejación contra una parte de la población española, es decir, contra la comunidad judía. Isaac Querub, actual presidente de la de Madrid, mencionó también que en el Círculo de Bellas Artes se les ha prohibido recientemente exhibir un ciclo de cine judío.
Aquí el agravio comparativo es sangrante, pues jamás he visto mayor alarde de cine palestino, música bereber y de todo aquello que huela a Islam por los cuatro costados que desde el 11 de septiembre, fecha en que se desataron las hostilidades contra nuestro mundo civilizado. El desplazamiento de los ideales izquierdistas del fenecido comunismo hacia el Islam, demuestra ampliamente el talante oscurantista y perverso (ya que les gusta tanto este adjetivo) de quienes los defienden y apoyan. Alguien me ha contado que en El Escorial se les ha descubierto recientemente a un grupo de estudiantes madrileños que ellos «también eran árabes», pues éstos habían pasado ochocientos años en nuestra península. Es un dolor comprobar que desde el Gobierno y desde las instituciones culturales que reciben subvenciones estatales se fomentan dichas confusiones. En particular, me resulta empalagoso y asqueante el enternecimiento de las más fervientes defensoras de la libertad sexual y la emancipación femenina hacia las culturas que más desprecia y aplastan a las mujeres. Todo esto, obedece sin duda al impulso suicida que subyace en el antisemitismo occidental cuyo último avatar es el antisionismo, como muy bien coincidieron en afirmar, tanto Juaristi como los demás presentadores del libro.
En cuanto a éste, se trata de un documento principalmente gráfico, aquejado de la falta de documentación existente en la materia, al parecer hasta mediados de los años setenta. Desde la expulsión, fueron pocos los judíos que llegaron a España, casi todos ellos procedentes del Norte de África y de Hispanoamérica. Es interesante comprobar las fluctuaciones de la siempre escasa población judía en España a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Al analizar ciertos mitos, los autores ponen en cuestión el de la supuesta ayuda de Franco y descubren algunas cosas curiosas, como la existencia de un cementerio judío creado en el año 20 y escasamente utilizado con posterioridad, de forma que muchos judíos fueron enterrados en una sección del cementerio británico de Madrid, o la de una Asociación Femenina Israelí de la que no se tiene otra mención que la carta, fechada en 1935, de Rebecca de Aguilar, la mujer del editor Manuel Aguilar (que era judía) a Rafael Cansinos Asséns invitándole a dar una conferencia. Hay en este documento una alusión a las damas «que residen en España desde hace poco (proceden de la clase intelectual perseguida por el hitlerismo) y que por consiguiente no dominan aún muy bien el castellano», ciertamente turbadora por las preguntas que nos suscitan sobre su incierto destino. ¿Puede alguien decir dónde están ahora esas señoras o sus descendientes?
Presidía dicha asociación Olga Bauer, la mujer de Ignacio Bauer, uno de los personajes más fascinantes y emprendedores de esta comunidad judía, con cuya figura me he topado varias veces y a quien recuerdo haber mencionado anteriormente en esta sección. Procedía de una familia asquenazi, de banqueros, representantes de la casa Rotschild en España. Su abuelo recibía en su palacio de San Bernardo a lo más granado de la política y la intelectualidad: Canovas, Sagasta, Silvela, Juan Valera, Emilia Pardo Bazán, etcétera. La fuente principal sobre su existencia es el ya citado Rafael Cansinos Asséns, que en sus memorias (La novela de un literato, Alianza Editorial) habla bastante de él. Bauer fundó en 1920 la Comunidad Israelita de Madrid, de la que fue primer presidente. También fue presidente y fundador, en 1901 de la Sociedad Filarmónica de Madrid que trajo a esta ciudad a los mejores artistas del momento, como la pianista Wanda Landowska, pero la razón por la que yo lo conocía tiene que ver con su actividad editorial ya que, junto a sus hermanos, fue el creador del primer gran grupo editorial español, la CIAP, la Compañía Iberoamericana de Publicaciones que, mientras duró, fue uno de los grupos editoriales más poderosos y constituyó una etapa fundamental para el desarrollo de la edición y de las letras españolas.
Con él colaboraron personas como Pedro Sainz Rodríguez director literario durante una época, y Rafael Altamira, quien dirigió la colección «Documentos Inéditos para la Historia de Hispanoamérica». También publicaron las «Bibliotecas Cervantes», que acogían títulos de la literatura universal en ediciones populares y destacaron especialmente en las publicaciones infantiles y juveniles. Por si fuera poco, practicaron una novedosa política de pagos de derechos de autor en exclusiva y organizaron una extensa red de librerías con delegaciones en América. El grupo aplicó con gran eficacia la política de absorción e integró en sus filas a editoriales como Renacimiento, Mundo Latino, Atlántida, Estrella, Hoy, Mercurio y Fernando Fe, cuyos fondos gestionaba y distribuía, como también hacía con otras editoriales como Ulises, Zeus, América y Signo, la francesa Baudinière y la Sociedad General de Librería para América. Tras la quiebra de la casa alemana, Bauer y Cía, este imperio editorial se desmanteló por completo, afectando gravemente al sector. Como ven, no hay nada nuevo bajo el sol.
De la vida y obra de este hombre sólo se tienen retazos. Sus sobrinos-nietos, a quienes conocí durante la presentación de este libro, me contaron que la familia no conservaba nada sobre él, ni una carta, ni un documento. Al menos me pudieron contar su final. Ignacio Bauer regresó a España después de la guerra (estaba en el extranjero cuando estalló) e intentó dar clases en la Universidad. La intransigencia religiosa de la época le impidió ser catedrático y decidió marcharse de nuevo. Murió en Israel en 1961.¿Qué pasó con toda la literatura que tuvo que generar una actividad como la de Ignacio Bauer? ¿Por qué hay tan poca documentación sobre los judíos españoles? Ya sé que la primera pregunta es meramente retórica porque las obras de Bauer, conocido africanista, son numerosas y figuran en las bibliotecas, para empezar en la del Ateneo y, por supuesto, en la Biblioteca Nacional, pero es evidente que a la incuria española (las editoriales no saben lo que quiere decir la palabra historia) hay que añadir lo difícil que resulta mantener una memoria cuando se pertenece a un pueblo al que no se le deja instalarse en paz en ningún lugar, ni en ningún momento de su historia.
(Publicado en Libertad Digital (Dragones y Mazmorras), 1 de mayo de 2002, con el título de "Agravio comparativo).
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