Publicado en Libertad Digital (Dragones y Mazmorras) el 3o de enero de 2001.
Cuando don Eugenio D’Ors, tan reputado por su ingenio, dijo aquello que tanto me gusta de que en Madrid, y en saison la das o te la dan, pensaba sin duda en las conferencias, pero yo lo utilizo ahora para referirme al nuevo género literario, derivado de éstas, que son las presentaciones de libros. La presentación de libros tiene algo de masoquista. No te pagan (generalmente eres amigo o afín al presentado o a lo presentado), pero te piden un texto para publicarlo en la revista de turno. De forma que, por muy bien que conozcas el tema, por muy piquito de oro que seas y por mucho que sepas improvisar, no te libras de la tiranía de lo escrito y de sus terribles consecuencias para tu tiempo (y a algunos no nos queda tanto): cotejar datos, dar bibliografía y pulir el estilo, que todavía sigue habiendo una diferencia muy grande entre la lengua hablada y la lengua escrita, menos en Internet, claro, que es un territorio venturosamente mixto.
Si cuento todo esto es para explicar que la semana pasada, repleta a rebosar de conferencias, vernissages (lo pongo en francés porque soy una esnob no porque no no exista esta palabra –y su concepto–en español. Doña Emilia Pardo Bazán en su novela La Quimera, menciona el «barnizado», acto previo a la inauguración oficial en que los artistas barnizan y retocan sus obras, ya colgadas, y al que acuden críticos y amigos), presentaciones de libros e incluso de colecciones, me vi en la tesitura de no poder asistir a una que me interesaba sobremanera que «me la dieran» porque me tocó a mí «darla». El objeto de mi interés –seguro que lo habrán adivinado– fue la presentación de la nueva línea editorial del periódico El Mundo y aquello a lo que me presté de buen grado a presentar fue el Premio Stendhal de traducción 2000 a la mejor obra traducida del francés al español durante el año anterior al de la convocatoria (en este caso 1999) que ha ido a parar a Jorge Riechmann por la traducción del libro Indagación de la base y de la cima de René Char.
Riechmann es precisamente uno de los mejores conocedores de la obra de Char, de la que ha traducido numerosos títulos. Él mismo es poeta (por cierto, premiadísimo) y ensayista, destacando en este último aspecto por su dedicación a la ecología. En cuanto a Char, para aquellos que no sepan nada de él (que serán muchos) les diré que es uno de los mayores poetas contemporáneos de lengua francesa, junto a Henri Michaux, Francis Ponge y Saint-John-Perse. Char estuvo afiliado al movimiento surrealista pero aquello no podía durar demasiado, ni estética ni ideológicamente. De todos modos siempre estuvo en buenos términos con ellos. Practicó una poesía que él se negó a considerar filosófica pero que lo es (de hecho, fue amigo de Heidegger a pesar del pasado nazi del filósofo alemán a quien le interesaba mucho su poesía) y forma parte de aquellos escritores para quienes las atrocidades nazis constituyeron un antes y un después, como ocurrió con Paul Celan, o con Primo Levi, por dar dos de los nombres más conocidos. Su compromiso con la Resistencia, en la que combatió activamente (su nombre de guerra era «Capitán Alexandre») se trasluce en muchos de sus textos y algunos de sus libros podrían calificarse de «literatura de resistente», entre ellos el que ha recibido este premio.
Ahora entenderán por qué no puedo contarles nada de primera mano sobre lo de El Mundo ya que ambos actos estaban convocados el 26 de enero a las 20h. No se extrañarán si les digo que fueron muy pocos ¡ay! los que eligieron la puerta estrecha de la virtud, de forma que a los asistentes al Stendhal se nos podía contar con los dedos de tres manos y nos moríamos de frío en la austera y mal climatizada sala de la Asociación Colegial de Escritores. Sin embargo, como si de una alegoría del vicio y la virtud se tratara, la alegre muchachada que acompañaba el triunfo apoteósico del proyecto editorial de Pedro Jota llenaba dos enormes salones del Hotel Ritz, resplandecientes de luz y de joyas. Toda esa gente, en tropel, bebía y comía (sobre todo bebía, al decir de mi informante), después de haber oído y aplaudido a rabiar a los oradores (¡qué envidia!). Actuaba de maestro de ceremonias Fernando Sánchez Dragó, que derrochó ingenio a manos llenas. Diez escritores escogidos, entre los que figuraba el ausente Francisco Umbral, habían sido convocados para regocijo de los asistentes. Rosa Montero, Zoe Valdés, Manuel Vázquez Montalbán, cuya cara según me contó mi informante reflejaba un «trágala» de mucho cuidado, fueron algunos de los elegidos. Para acabar de arreglarlo, Sánchez Dragó sacó a Vázquez Montalbán al estrado después de Zoe Valdés y le preguntó su opinión sobre las declaraciones de esta última, quien había afirmado que Cuba era el único lugar donde la Feria del Libro se celebraba en la cárcel. Vázquez Montalbán, haciéndose el sordo y saliendo por peteneras, contestó que siempre había observado una gran afición por la lectura por parte de los cubanos. Al parecer, estos escritores, por los que siento el mayor de los respetos, no son, como yo ingenuamente creía, los que serán publicados en La Esfera, la nueva editorial que dirigirá Imelda Navajo, sino que forman parte de los autores de las «Cien mejores novelas en castellano». Como decía mi abuela, «fue un hombre a la plaza a vender gustos y los vendió todos», hermosa y rebuscada versión de la paremia o proverbio aquel, tan conocido, que dice: «sobre gustos no hay nada escrito».
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