Como ando metida en el rescate de un texto de Francisco Camba, he recalado como es natural en la figura y la obra de su genial hermano, Julio. Reproduzco a continuación uno de los artículos que publiqué en 1987, con ocasión de los 25 años de su fallecimiento. Para agotar el tema, más adelante colgaré otro, publicado en Cambio 16, en la misma fecha:
"El único y su propiedad", Revista de la U.N.E.D. nº 4, 1987,
Julio Camba, como también le sucede a Ramón Gómez de la Serna, tiene la inmensa suerte de no encajar en ninguna generación literaria, de no pertenecerse más que a sí mismo. Influenciable, insaciable mirón, curioso impertinente, logra con sus breves artículos recrear un mundo propio, independiente, divertido e inimitable, sólo ha podido ser catalogado como humorista, cosa que a él no le gustaba nada pues, con toda razón, no consideraba humoristas si no a los que cuentan chistes en el escenario. Y, cosa también de la época; de hecho, a nadie se le ocurriría calificar ahora de humorista a Tom Wolfe, sólo porque es despiadado con Andy Warhol y Cía.
Camba nace en Villanueva de Arosa, lo que le convierte en paisano de Valle Inclán, a la par que en gallego. Embarca muy joven hacia Buenos Aires (de lo más natural, dice él posteriormente), dónde ejerce de peligroso anarquista y de dónde es expulsado. De vuelta a España, sigue con sus contactos anarquistas llegando incluso a conocer a Morral y a Ferrer Guardia: A los diecinueve años había conseguido tener incoados catorce procesos por lo civil y haber pasado una temporada en la cárcel.
"Sí que tenía alguna anarquía -dice Pedero Sainz Rodríguez- no estaba conforme con ningún tipo de gobierno de cualquier signo y esto es la esencia de la anarquía." No opinaban lo mismo sobre su pureza ideológica algunos de sus contemporáneos. Cansinos Asséns, desde la impunidad de su diario personal, le considera un joven provinciano que aterriza en Madrid -esa inmensa oficina- siguiendo los pasos de su hermano mayor, al que, por otra parte, desprecia: "Yo soy un pequeño anarquista que tiene un pequeño hermano tonto", dice Julio, parodiando al pequeño filósofo armado de un pequeño paraguas rojo azoriniano. Cansinos retrata a Julio Camba como a un típico “enfant terrible” de las letras que lo único que desea en el fondo es introducirse en ese mundo al que pretende denigrar.
En Madrid, Julio cumple el periplo de las redacciones de los periódicos (El País, El Mundo, Los Lunes del Imparcial) y es enviado a Estambul por La Correspondencia de España, periódico asaz conservador. Cansinos de Asséns, que estaba de esclavo fijo en La Corres, nos refiere una divertida anécdota que terminó con el empleo de Camba quien, desde un principio, era ya Camba, con toda su ironía, su mordacidad y ese estilo directo y tremendamente visual, por eso no es de extrañar que pasara por alto la candente situación de los Balcanes (que es para lo que le habían enviado), y manda a “La Corres”, crónicas costumbristas en el más puro estilo de lo que, durante un tiempo y hasta hae poco, se llamaba “nuevo periodismo”. La paciencia del director, siempre según Cansinos, ya muy puesta a prueba, se agota definitivamente cuando recibe un artículo en el que Camba relata con todo pormenor su experiencia en un baño turco. El periodista, dispuesto a saberlo todo, le pregunta al masajista sobre esas tiras negras, delgadas como lombrices, que está sacando de su macerada piel. “Eso, Señor -dice el turco- es su catolicismo”.
La literatura de viajes no es un género muy español, es cierto, pero hay que reconocer que cuando a algún escritor se le da bien, no tiene desperdicio. Este apasionante reportaje le valió el cese fulminante y más de un sinsabor en tierra extraña, y por demás revuelta, del que le sacó la Asociación de la Prensa. A partir de ahí, Camba empieza a viajar por todo el mundo como corresponsal para numerosos periódicos: Francia, Alemania, Londres y Nueva York (para ABC). Y por todas partes ve cosas que a otros, más intelectuales, menos comprometidos con la vida, les pasarían totalmente inadvertidas. Pero para disfrute suyo y nuestro, Camba es un perfecto “voyeur”, un magnífico perezoso a quien le importan un bledo los acontecimientos históricos. Le gusta pasear, “vacar”, deambular, comer y mirar. Es tan perezoso que “si hubiera tenido dinero no había escrito ni a su madre” (son palabras de Pedro Sainz Rodríguez). Además, siempre según don Pedro, no ha leído ningún libro, sólo revistas. Lo mismo dice Pla quien, además, añade que Camba se vanagloriaba de ello. Según Pla, Camba sostenía que ningún escritor que se precie de original debería leer nada, so pena de caer en el amenazador, acechante y omnipresente plagio. Sin embargo, Luis Calvo nos lo pinta como un gran lector, especialmente de Pío Baroja. Sainz Rodríguez insiste: “ha adquirido su extensa cultura por impregnación ambiental, debido a su asombrosa capacidad de síntesis y a su sensibilidad literaria. Una cultura de fuente oral”.
Ya me parecía a mí que Camba tenía una manera de escribir oral, en el sentido más primariamente freudiano del término. Camba es un caníbal literario, devora situaciones, cosas, casos, personas, mira y traga, y el artículo es su digestión; no es de extrañar que uno de sus temas sea la gastronomía. Una novela le hubiera matado. Por estas y parecidas razones considero a Camba, junto a Gómez de la Serna, Pla y Cunqueiro, uno de los hombres más felices de la literatura española que, ajeno a cualquier búsqueda de exquisitez o fragancia poética, consigue espontáneamente ambas.
Ya he mencionado que Julio Camba nació en Villanueva de Arosa. Antonio Odriózola corrige: en una parroquia cercana a Villanueva de Arosa, y el 16 de diciembre de 1884 y no el 4 de noviembre de 1882, como dice la Enciclopedia Espasa -y, según he podido comprobar, en casi todas partes, por ejemplo, en el Diccionario de Literatura Española de Revista de Occidente, sin ir más lejos- confundiéndolo con su hermano. Este hecho, que le convierte en gallego, parece haberle dejado impasible. Contrariamente a la mayor parte de sus paisanos, ilustres o no, no hace ostentación alguna de galleguismo, ningún alarde, a pesar de que comía ostras con delectación y voracidad en El Mosquito de Vigo. Y, aunque consideraba que ser gallego no predisponía moralmente a nada, no podía obviar los indudables lazos afectivos que le unían a esa tierra (léase “Playas, ciudades y montañas”) y hablaba de las cosas curiosas de Galicia con un arrebato mayor al que le producían otros lugares. Detestaba los nacionalismos facilones y tenía una opinión muy particular sobre el destino de la lengua gallega, de la que decía que sólo (¡sólo!) servía “para hacer versos, comprar pescado y hablar a las gallinas, a los pájaros y a los aldeanos”, pero no para pedir un billete de ferrocarril o comprar un tornillo.
Algunas de las obras de Camba -recopilaciones de los miles de artículos que publicó a lo largo de su vida- son reeditadas de vez en cuando en Austral, especialmente “La casa de Lúculo”, por eso de la gastronomía. A pesar de todo, y según dicen los expertos, quedan muchos artículos suyos sin recoger, esperando, cual polvorienta y relegada arpa becqueriana, a que alguien vaya a rescatarlos de las hemerotecas.
Los últimos trece años de su vida los pasó Camba en el Hotel Palace de Madrid, de donde salió para morir en una clínica madrileña hace ahora veinticinco años. No se ha escrito mucho sobre él, tampoco nada, pero los pocos que lo han hecho no escatiman elogios ni agotan anécdotas. Quiero, para terminar, referir una, transmitida por su amigo Josep Pla. Cuenta éste que estando un día hablando Julio Camba y Jean Cassou, el francés comentó que lo que los españoles no podían comprender era que Jesucristo fuese judío. “A mí, personalmente, contestó Camba, me cuesta poco comprender que Cristo fuera judío. En general, sin embargo, creo que tiene usted razón. En España mucha gente cree que Jesucristo fue castellano, se llamó Gutiérrez, que tuvo mucha influencia y fue una elevada autoridad eclesiástica. Usted, Cassou, que es hispanista, sabe mejor que yo que a los españoles nos gusta siempre la exactitud y la precisión. En estos asuntos hemos sido siempre inconmovibles, monolíticos y de una admirable constancia.”.
Es curioso, yo creo que, puestos a ser español, Jesucristo hubiera sido gallego.
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