Monique Allain-Castrillo: Paul Valéry y el Mundo Hispánico, Gredos, 1995
Paul Valéry era un hombre del mediterráneo y por ello, abocado a la cultura española, que ha supuesto para la Francia meridional, pero también para toda la cultura francesa, mucho más de lo que a ellos -y no es el caso de Valéry- les gustaría confesar porque, como dice bellamente la autora “si el león es cordero digerido, el Valéry de la edad madura es en parte hispanidad digerida”.
La profesora Allain-Castrillo, mediante una labor de investigación, exhaustiva e inteligente, recorre todas las fuentes hispánicas que influyeron en Paul Valéry a lo largo de su vida y de su obra. La autora es miembro del equipo de la Biblioteca Nacional de Francia que está preparando la edición crítica de los Cahiers y precisamente rastrea las influencias hispánicas de Valéry, que son muchas y fecundas (y que éste nunca mencionó explícitamente), a través de la correspondencia, por supuesto, pero principalmente través de esa obra gigantesca de más de 27.000 páginas que son los Cahiers y que convierten a Valéry en uno de los principales maestros de ese género tan francés, del que él y su amigo Gide, entre otros, son magníficos exponentes. El filohispanismo de Valéry se incuba en la infancia y luego en la juventud, para consolidarse definitivamente en la madurez. Empieza por una serie de amistades hispanófilas que le abren a una literatura para la que ya está muy preparado; se hace amigo de José María de Heredia, de Pierre Louys, a través del cual conoce a San Ignacio de Loyola que tiene para él una influencia cierta, como a través de Huysmans y Barrès conoce a San Juan de la Cruz. Para no hablar de su gongorismo reconocido por la crítica, o de su gracianismo que influyó poderosamente sobre la tradición aforística francesa y también en la alemana. La serie de grandes hombres y de grandes mujeres, reales y ficticios, con las que se nutre la hispanofilia de Valéry es tan larga como juiciosa y sorprenderá a más de uno.
Esta primera influencia, indirecta pero básica, casi medular, que tiene una importancia crucial en la formación intelectual del poeta francés, le hacen especialmente receptivo a todo lo hispánico. Por otra parte, su amistad con los intelectuales españoles más relevantes del momento le pone en contacto con las corrientes de opinión y de creación españolas hacia las que siente un marcado respeto. Tanto los “mayores”, pertenecientes a la generación del 98: Ortega y Gasset, Unamuno, Madariaga, como todos esos jóvenes poetas de la generación del 27, le dejaron sinceramente admirado por la calidad de su pensamiento y de sus escritos. En los sucesivos viajes que hace a España -tres nos dice la autora- entabla una amistad de ambigua correspondencia con todos ellos. Salinas, Guillén, Domenchina, Gerardo Diego, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, todos coinciden en admirar el talento del francés, pero muchos anotan lo que por otra parte otros escritores y poetas franceses también habían señalado: su tremenda frialdad, esa falta total de sentimientos, ese cálculo y esa precisión que también se achaca a algunos de sus “discípulos” (“es un muerto muy inteligente que escribe” dijo de Valéry según testimonio de Juan Guerrero Ruiz). La propia autora es consciente de ello: “su genio- dice- se sitúa en el esmero, en el perfeccionamiento o simplemente la adaptación de lo que otros han producido antes que él, lo que sería una definición posible del genio francés”, apreciación ésta que confirma una vez más aquello que decía Goethe de que el genio es trabajo.
El libro no se limita a exponer únicamente la influencia de lo hispánico en Valéry, sino que, a la inversa, recoge la recepción de su obra en el mundo hispánico, es decir en España y en Hispanoamérica. El libro se termina con un amplio capítulo dedicado íntegramente a las traducciones al castellano del Cimetière marin. en el que se estudian treinta y cinco versiones españolas. El rigor, el método y la espléndida teorización de la poética de la traducción que despliega la profesora Alain-Castrillo en este capítulo, convierten a este libro en un punto de referencia obligado para los estudios traductológicos, tan necesitados de sistematización como sobrados de material.
(Publicado en Diario16 (Culturas), el 11 de mayo de 1996, con el título de "Cementerios Marinos").
Comentarios