2 de enero 1993. Llamada de Zúñiga para felicitarme el año nuevo. Hablamos de Schnitzler, a propósito de sus aforismos que me ha regalado mi hermano Enrique en traducción al francés. Él los conocía y me habló de una obrita de teatro que publicó Ortega y Gasset en Revista de Occidente y que fue un escándalo en su época por su carga erótica (Zúñiga dixit). Obrita representada no hace mucho tiempo en Madrid traducida por su ex amigo Pablo Sorozóbal. Se me olvidó preguntarle por qué es ex amigo pero cre que en su día me lo contó y no lo apunté en estos cuadernos ¡qué fallo! No me atrevo a preguntárselo otra vez por no parecer indiferente a lo que me cuenta. Luego me llamó José María Marco para vernos pero mi estado de salud no me lo ha permitido.
6 de enero 1993. Ayer murió Benet y el mundo paraliterario se ha conmovido hasta los cimientos. Jaime Salinas me llamó a la tarde con voz de intensísimo pesar. Creí que a lo mejor prefería que no comiéramos mañana juntos, como habíamos quedado, pero no es así, todo lo contrario, me ha rogado que lo hagamos. El entierro es hoy pero no estoy obligada a asistir porque nunca traté a Benet más que superficialmente. Luego en Pirineos, en la ceremonia de intercambio de regalos. Es curioso lo que me pasó, côté sentimientos. Mi hermana Silvia me regaló una fotografía de nuestras abuelas y me eché a llorar como una niña. Por alguna razón, que evidentemente tiene que ver con una protección contra el sufrimiento, nunca miré ni quise mirar (de hecho las ignoré siempre) fotografías de mis abuelas y al verlas, así, de sopetón, tan viejas, tan lejanas; todo lo que no las lloré en su momento salió a flote y me sumió en una tristeza de muerte. Tristeza cuyos ecos siguen despiertos en mí hoy, tiñéndolo todo, la ciudad, la caras de las gentes, haciéndolas difícil de soportar, penosas, tremendamente dolorosas. Es evidente que las fotos, como las rondas, no son buenas, que hacen daño, que dan pena, que se acaba por llorar.
7 de enero. Comida con Jaime, me contó que en el entierro de Benet había tanta prima donna que no se sabía muy bien quién era el muerto. No ha perdido su sentido del humor lo que no le impide estar consternado y sentirse en cierto modo abandonado. La verdad es que el pobre se ha quedado totalmente huérfano de amigos íntimos y esto es lo que más le ha dolido, entre otras cosas porque pasaba las Nochebuenas en casa de Benet.
8 de enero 1993. Superadas las fiestas vemos a José Miguel Ullán y a Manolo. José Miguel confiesa no estimar demasiado a Jorge Semprún y lo hace por la vía indirecta. En realidad es Manolo quien lo afirma –exagerando según José Miguel-. Jorge, sería según ellos, un bluff de primera, pura apariencia y fruto de una época turbulenta que como todo el mundo sabe y dice el refrán, no es más que ganancia de pescadores (Manolo comete un lapsus y dice “pecadores” para regocijo de todos), un hombre espectáculo, en definitiva, una persona abocada a buscar desesperadamente el aplauso. Un fenómeno muy francés que, como decía Pedro Salinas “se daba tanta importancia porque venía de Francia”. Hablamos de Valente quien al parecer estuvo en México con Luis Alberto de Cuenca y César Antonio Molina y tuvo una agarrada con el primero. José Miguel interviene los martes en un programa de radio en la COPE a las 10,30h al que también van Félix Grande (los lunes), Carandell y no sé quién más. Es como una regresión a sus orígenes más originales. Fue entonces cuando Manolo soltó lo de que a Felipe González le decepcionó Jorge Semprún, tras lo cual algunos ven la larga mano de Moriarty (así llamamos Carlos Semprún y yo a Javier Pradera) pero no creo que a González le hiciera falta que le influyera nadie para tener esos sentimientos hacia Jorge.
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