Cuando una cosa, en principio útil, se ve amenazada, como ocurre ahora con la Constitución del setenta y ocho, cobra de pronto para mí una importancia que, antes, distaba mucho de tener. No porque la despreciara, en absoluto, sino porque en épocas de paz, o de aburrimiento político, suelo olvidarme de "los eventos que acontecen en la rúa" para ensimismarme en la literatura, propia y ajena, pero desde el 11 de septiembre de 2001 caí en leer con suma atención las secciones de internacional y opinión, de las que pasaba olímpicamente hasta entonces. La prueba de que yo no me tomaba en serio esas cosas fue un texto que escribí hacia 1983 para celebrar la conmemoración de ese día constitutivo y que titulé “Nuestra Señora de la Constitución”. Lo he mencionado en alguna ocasión en Libertad Digital a propósito de una luminosa, pero no menos peregrina propuesta de Aquilino Duque de llamarla “La Nicolasa”, porque el 6 de diciembre es San Nicolás, al igual que la Pepa se llamó así por coincidir con el día de San José...
En mi relato, que nadie quiso publicar y cuyo original he perdido, Gregorio Peces Barba se paseaba por los montes del Pardo, tal día como hoy, e igual de radiante, cuando se le apareció la Virgen, con gran aparato premonitorio cuyos detalles les ahorro, para transmitirle el sagrado texto con la obligación de conmemorar para siempre ese día, un poco como cuenta Jacobo de la Vorágine en su "Leyenda dorada" (Alianza Editorial), libro traducido del latín por fray José Manuel Macías, O.P. y que les recomiendo vivamente, cuando aborda el dogma de la Inmaculada Concepción. Que conste que la palabra leyenda tiene aquí un significado estrictamente etimológico, es decir «lo que se debe leer», sin ninguna connotación de ficción o fantasía. Según este hagiógrafo medieval (h.1228-1298) varias son las naciones que se disputan el origen de esta festividad, entre otras, Inglaterra. Anselmo, arzobispo de Canterbury es quien lo cuenta: Un monje llamado Helsino regresaba a Inglaterra, tras cumplir una delicada misión de parte del rey Guillermo, cuando de pronto estalló una pavorosa tormenta. Creyéndose perdido, el santo varón invocó a la Virgen María. Entonces se le apareció un obispo que lo condujo sano y salvo a tierra firme no sin encarecerle, de parte de la bienaventurada Señora, que a partir de ese momento celebrara el ocho de diciembre de cada año la fecha de su Concepción para que se conmemorara en toda la Iglesia. Y así es como, según esto -y sin tan siquiera sospecharlo muchos de sus descendientes- los ingleses se postulan como fundadores de tan celebrada fiesta. Hay otras teorías sobre el origen de esa festividad, narradas fielmente en el capítulo titulado "La concepción de la bienaventurada Virgen María", en esa obra de la que les hablo, pero de todas, la inglesa es la que más me gusta, por encima incluso de aquella que se la atribuye a un arzobispo español del siglo VIII, concretamente a San Ildefonso. Pero tampoco está muy claro, y entre doctores melifluos y angélicos la cosa tardó en implantarse. Pues con el dogma de Nuestra Señora de la Constitución está pasando algo parecido. Adivinanza: ¿Quiénes son los melifluos en esta nueva batalla ontológica, quienes los angélicos?
Comentarios