Hace unos años, concretamente el 5 de julio de 2009, publiqué en esta bitácora una entrada titulada Recordando a Juan Benet a propósito de Solzhenitsyn, dedicada a la degradante actitud de este escritor ante la visita que realizó a España en 1976 el autor de "El Archipiélago Gulag". Su postura, sus artículos e intervenciones públicas, protagonizaron un penoso episodio que el premio Nobel ruso nunca llegó a olvidar, ni por supuesto a comprender. Yo tampoco. Por eso quiero conmemorar el centenario de su nacimiento (11 de diciembre de 1918) rememorando esa polémica y dando una serie de referencias que pueden ampliar lo que yo contaba en 2009.
Empiezo con Juan Pedro Quiñonero que dedicó su entrada de ayer al centenario de Solzhenitsyn, con el elocuente título de "Solzhenitsyn, su centenario. ¿En Madrid en Barcelona?", haciendo alusión a lo que está en boca de todos, el escasísimo reflejo en la prensa "de papel" de esta efeméride, siendo por ello aún más meritorio que El País, periódico que dio cabida en sus páginas a los que en su día emprendieron una cruzada contra el disidente ruso, sea la excepción a esa ominosa regla. El responsable de esto que yo considero una meritoria palinodia de ese periódico, ha sido Antonio Elorza, con un magnífico artículo reivindicativo de la memoria y el legado intelectual, literario y político de Solzhenitsyn.
https://elpais.com/cultura/2018/12/09/actualidad/1544356208_565726.html
Y, para terminar, reproduzco en su integridad el artículo de Juan Benet, de una abyección inimaginable y que, sin duda, ensombrecerá la reputación de este escritor, por muy injusto que les parezca a su legión de admiradores. Me gustaría poder decir que las opiniones políticas de un escritor, por muy despreciables que nos parezcan, no influyen en nada en su calidad literaria, y eso es así, cuando dicha"calidad literaria" existe y se impone. ¿Es este su caso? Yo creo que no pero... Scripta manent!
Fuente: Juan Benet vs Alexandr Solzhenitsyn
kujanbulak.blogspot.com
"Alexandr Solzhenitsyn ha elevado una vez más su voz para despertar la adormecida conciencia de Occidente, para denunciar su apatía y lenidad con respecto a los crímenes contra la humanidad del comunismo soviético, para tratar de vigorizar un espíritu europeo que, caído en una vida muelle, ya no lucha por los ideales que sustentan su civilización. Desde hace unos cuantos años esta ligera y zascandil Europa se ve obligada, de tanto en tanto, a despojarse de su camisa para recibir los latigazos de este nuevo profeta que, como es de rigor en tales caos, le viene de fuera. Y todo esto, ¿por qué? ¿Porque ha escrito cuatro novelas? ¿Por qué ha sido galardonado con el premio Nobel? ¿Porque ha sufrido en su propia carne –y bien que le ha sacado partido a ello– los horrores del campo de concentración?
Alexandr Solzhenitsyn –con el concurso de los medios de difusión europeos y americanos, aquejados de masoquismo– se ha constituido en el arquetipo del intelectual que se eleva sobre el solio de sus propios libros para creerse la conciencia de su tiempo; se cree también que por haber escrito cuatro novelas (las más insulsas, fósiles y literariamente decadentes y pueriles de estos años) tiene derecho a encararse a las masas y a los gobiernos de las naciones de poder a poder; se cree que por utilizar la pluma puede hablar con más conocimiento de causa sobre la cosa pública que aquel que utiliza la llave inglesa o la fresadora para ganarse la vida; se cree que la popularidad alcanzada a través de los éxitos literarios dan pie para alzarse con la voz política; y no teniendo en su haber ninguna idea original y nada nuevo que decir al europeo, este hombre debe ser tan necio como para no darse cuenta que nadie le hace caso y que sus palabras y actitudes públicas tan sólo son toleradas y propiciadas para mantener en activo un negocio editorial.
Yo creo firmemente que mientras existan gentes como Alexandr Solzhenitsyn perdurarán y deben perdurar los campos de concentración. Tal vez deberían estar un poco mejor custodiados a fin de personas como Alexandr Solzhenitsyn, en tanto no adquieran un poco más de educación no puedan salir a la calle. Per una vez cometido el error de dejarles salir, nada me parece más higiénico que las autoridades soviéticas (cuyos gustos y criterios respecto a los escritores rusos subversivos comparto con frecuencia) busquen el modo de sacudirse semejante peste.
Asimismo creo que no se puede decir que Alexandr Solzhenitsyn practica la literatura; sus novelas y escritos guardan con la literatura de creación la misma relación que las promenades del padre Xirinachs con el prendimiento de Jesús. Lo que real y profesionalmente ejerce ese hombre es la mendicidad, con esa desvergüenza de los grandes sabuesos del platillo que al cabo de treinta años en la misma esquina logran amasar una considerable fortuna en moneda fraccionaria. Esa clase de mendigo tiene que ser muy ostensible; si no llama la atención esta perdido. Y el peatón menos agudo sabe distinguir sin género de dudas entre la patética petición de quien, avergonzado de su acto, ha de recurrir a él porque ha tocado el fondo de su resistencia y quien, desvergonzado, descarado y sórdido, lo repite una y otra vez haciendo gala de su miseria. Además de un apellido muy complicado, estos mendigos modernos tienen muchas cosas en común: un aspecto lamentable bajo ese disfraz pensado para apelar a la compasión, un ideal que abarca a la humanidad entera, una gigantesca megalomanía, una irritante falta de gracia, un patetismo de tramoya y, en el mejor de los casos, una absoluta hipocresía".
Juan Benet, “El hermano Solzhenitsyn”, Artículos (volumen 1, 1962-1977), Madrid, Libertarias, 1983
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