Guión /para un posible relato/película o lo que sea, que regalo a quien se atreva a utilizarlo.
Febrero de 2019, ochenta años después del final de la guerra civil (aquí la apuntadora se abstiene de comentarios personales al respecto), los gobernantes ocasionales de España, a pesar de la precariedad de su mandato y sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, deciden declarar culpable a Francisco Franco por haberla ganado. El presidente Sánchez quiere culminar el frustrado intento del presidente Rodríguez Zapatero de desalojar del Monasterio del Valle de los Caídos, ese impresionante monumento que el dictador había construido con mano cautiva y represaliada en el Risco de la Nava, los despojos de Franco, enterrados ahí por decisión -dicen- del Rey Juan Carlos y del presidente Arias Navarro, decididos a alejarlos de la capital, en previsión de romerías y homenajes indeseados.
El lugar, no obstante, se convirtió en uno de los destinos turísticos más frecuentados de los alrededores de Madrid, y a él acudían en masa propios y extraños, siendo especialmente solicitado por las delegaciones comunistas, tan inclinadas al culto a la personalidad y los mausoleos y es un hecho que las respectivas representaciones oficiales de los ejércitos rojos, chino y soviético, pidieron explícitamente visitarlo a las autoridades españolas, con gran desconcierto y, vamos a decirlo todo, disgusto de estas últimas.
Pues bien, haciendo caso omiso de amnistías, transiciones, y otras transacciones y trapicheos políticos que permitieron que significados asesinos de izquierdas, comunistas y socialistas, pudieran ser recibidos como corderitos inofensivos en el seno mismo del Parlamento democrático de la Nación, los nuevos amos consideraron la Transición una enorme traición, y tomaron como una cuestión de honor y de justicia saltarse esas circunstancias.
La cosa no era fácil, ni moral ni jurídicamente, pero como buenos cruzados, no querían dejar sin huella su fugaz paso por la historia de España y se obstinaron en hacerlo, llegando a plantearse forzar la sepultura, si ello fuera necesario, que lo fue, no sólo porque el empeño era jurídicamente insostenible sino porque, gracias a su fanatismo, su ineficacia y su empecatada estupidez, el presidente Sánchez, tuvo que convocar elecciones antes de lo que él pensaba, como por otra parte tendría que haber hecho al día siguiente de su incomprensible e inesperado acceso al gobierno de la nación. Era la última baza que tenían para mantener contentos a sus aliados de “Viva lo peor”: Podemos y partidos Independentistas y secesionistas.
El día en que se iba a llevar a cabo la exhumación, armados de excavadoras y otros adminículos defensivos y de ataque, se dirigieron al Valle de los Caídos a realizar lo que consideraban su altísima misión de salvación de la patria. ¿Por qué iban tan precavidamente pertrechados? Porque tenían miedo, miedo por si al querer ganar la guerra que sus abuelos perdieron, pudieran despertar la ira de los nietos de quienes sí la ganaron y de muchos más, que sin ser ni haber sido franquistas, veían en esa medida, tan repugnante como innecesaria, un ataque a los principios más elementales de la civilización: la piedad a los muertos.
La comitiva de desenterradores y profanadores de tumbas estaba formada por el gobierno en pleno, pues ningún ministro consiguió zafarse. Ya levantan la pesada losa (1.500 kilos), ya realizan todos los pasos que habían detallado los arquitectos en su informe, cuando de pronto, los encargados de levantar el féretro lanzan un grito espantoso: ¡el sepulcro está vacío! ¡Alguien se les había adelantado! ¿Pero quién? Un escalofrío recorrió el espinazo de los más supersticiosos: ¿Y si hubiera resucitado?
Inmediatamente mandan un retén a la Catedral de la Almudena, a Montserrat, al Palacio de Oriente, al Pardo, al Pazo de Meirás, a las iglesias y cementerios del Ferrol, a las fincas privadas de la familia. Consultan a parapsicólogos reputados para que les asesoren, encargan psicofonías dentro de los edificios más emblemáticos, piden a todas las logias masónicas informes sobre lo que podría haber ocurrido y recurren incluso al Papa Francisco, siempre abierto al diálogo.
La peripecia y su posterior desenlace lo dejo a la imaginación de quien decida abordar tan atractivo tema, pero avanzo una solución:
El cuerpo del dictador que hizo temblar al imaginario de España y media Europa cuando ya no les quedaba ningún otro dictador al que pudieran desguazar que no fuera de izquierdas (luego intocable), yace perdido entre millones de tumbas, en un nicho descuidado del cementerio de la Almudena, con el nombre casi borrado de la familia de uno de los voluntarios que dieron en el Monasterio, los mismos pasos que daría después el gobierno, aunque con otros propósitos. La idea la sacaron de un famoso financiero que, temeroso de que al morir sus muchos enemigos quisieran tomar represalias con sus restos y los de su familia, se hizo enterrar bajo un nombre supuesto. Y ahí siguen.
Sin olvidar otra variante: el sepulcro es un señuelo, Franco nunca estuvo enterrado ahí, al fin y al cabo estamos hablando de un gallego y cualquiera que haya leído al antropólogo Carmelo Lisón Tolosana (“Brujería, estructura social y simbolismo en Galicia”, Akal) sabe que son tan desconfiados y temen tanto la venganza y el mal de ojo que incluso cuando bautizan a sus animales dicen en voz alta que la vaca que acaban de comprar (pongo por caso) se llama Pinta, mientras que a ella le susurran por lo bajines: “Non te chamas Pinta, chamaste Lucera!” Pues eso.
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