Hoy es San Policarpo nunca hay que olvidarlo. Es una fecha muy significativa porque este santo varón, este mártir, es como veremos, el verdadero patrono de la estulticia, a él es a quien hay que invocar si se quiere uno ver libre, o al menos mitigar, esa lacra con la que nacemos todos (sin ánimo de resultar blasfema, algo así como el pecado original), que él combatió a porfía. A él y a San Jerónimo me encomiendo prácticamente todos los días. Sus respectivos dichos y obras presiden mis actos, el primero por su capacidad de asombrarse e indignarse, virtudes ambas que nunca deberían abandonar ni a críticos ni a escritores, del mismo modo que un médico jamás debería "acostumbrarse" a la muerte de un paciente, y el segundo, en mi calidad de traductora.
San Policarpo no sólo ha llamado la atención de eruditos e historiadores, como San Ireneo y el citado San Jerónimo; algunos rasgos de su carácter han sido también muy celebrados por algunos literatos de épocas muy posteriores. En particular por Gustave Flaubert, un zahorí de la imbecilidad, que manifestó el gran desprecio que sentía por su época calificando las etapas de la Historia en “Paganismo, Cristianismo y Estupidismo”. Flaubert, además, ya había demostrado su interés por la hagiografía en su deliciosa "Leyenda de San Julián el Hospitalario", y a cada nueva melonada de sus contemporáneos repetía constantemente las palabras que profería San Policarpo cuando le poseía esa “santa indignación” que mencionaba San Ireneo: “¡Dios mío, Dios mío! ¡Pero en qué época me has hecho vivir!” La época en que Dios hizo vivir a Policarpo, conviene recordarlo, fueron los siglos I y II después de su Encarnación en la tierra, y casi veinte siglos después, y con todo lo que ha caído, sus tribulaciones nos resultan la mar de ingenuas, pero no menos importantes ni, por supuesto, menos santas.
Era tal su admiración por él, que los amigos del escritor celebraban, cada 23 de febrero un banquete en su honor donde despotricaban contra las costumbres de la tan denostada época que les había tocado soportar a su vez. Guy de Maupassant llegó incluso a imprimir una invitación con la imagen del santo, de la que guardo una copia que por supuesto no encuentro en este momento. Siempre he intentado hacer devotos y reproducir esas veladas, y a veces lo he conseguido, porque la imbecilidad es un fenómeno impagable e imparable y no veo mejor manera de bregar con él que reuniéndonos unos cuantos amigos para denunciar e incluso decir tonterías, que material y méritos no nos faltan.
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