El 14 de julio de 1870, Francia, indignada por las explicaciones de Bismarck ante las fricciones producidas tras ofrecer España la corona a Leopoldo de Hohenzollern, declara la guerra a Prusia. La evitabilidad de la misma, el patrioterismo exaltado de sus contemporáneos y las terribles consecuencias del conflicto, irritan sobremanera a Flaubert. Su correspondencia, durante el año escaso que duró la guerra, está dominada casi por entero por esta cuestión.
El pasado día 23, en mi entrada sobre San Policarpo mencioné la admiración de Flaubert y sus discípulos por este santo, así como determinada frase pronunciada por Flaubert al respecto; nuestro amigo Pepe Insenser tuvo la amabilidad de enviarme, además de un poema que yo desconocía de Maupassant para la “san Policarpo”, copia de dos cartas donde aparece dichas frase. Nunca está de más recordar que de la obra de Flaubert, la Correspondencia es una de las piezas más sobresalientes.
Dichas cartas son de la misma fecha: 11 de marzo de 1871, enviadas desde Dieppe, adonde el escritor y su madre habían huido de un Croisset ocupado por los prusianos; están dirigidas a Madame Regnier y a su admirada y querida George Sand, “la anciana dama de Nohant”, como él la llamaba, y tratan prácticamente de lo mismo. Aquí avanzo una improvisada traducción que acabo de hacer de ambas:
“De Flaubert a Madame Regnier
Dieppe, 11 de marzo de 1871
Su carta fechada en Rennes, el 17 de febrero, me ha llegado aquí, tras muchos vericuetos y retrasos. Por eso no la he respondido antes. Además, estaba tan consternado (y sigo estándolo) que no tenía fuerzas para coger una pluma. No creo que nadie haya estado tan desesperado como yo con esta guerra. ¡No sé cómo no me he muerto de rabia y de pena! Me sentía como Rachel, no “quería ser consolado” y pasaba las noches en la cama, quejándome como un moribundo. No puedo perdonar a mi época que me haya hecho sentirme como un bruto del siglo XII. ¡Cuánta barbarie! ¡Qué retroceso! ¡Sin embargo yo no era nada progresista ni humanitario! ¡Pero tenía ilusiones! Y no creía que fuera a llegar el Fin del mundo. ¡Porque se trata de eso! Estamos asistiendo al fin del mundo latino. ¡Adiós a todo lo que amamos! Paganismo, cristianismo, estupidismo. Esas son las tres grandes etapas de la humanidad. Es desagradable adentrarse en la última. ¡Y lo que nos queda aún por ver! Se me atraganta la bilis. Este es el resumen.
Me pregunta usted por mis penates, le diré que se me han hecho odiosos, han sido mancillados durante cuarenta y cinco días por diez prusianos, sin contar cuatro caballos, luego por otros seis durante seis días y, ahora, en mi casa hay nada menos que cuarenta. ¡Cuatro veces diez! Me había refugiado en Rouen, en un piso de mi sobrina, donde hay seis, etc. Pero nada de esto se puede comparar a lo que usted ha sufrido. Sé que esos señores han disfrutado mucho con sus vestidos. No se puede ser más ocurrente.
Si no voy a París, no es sólo porque se haya convertido en “un hogar apestoso”, pues eso me importa un bledo, pero el ferrocarril todavía no se hace cargo de mi equipaje y no puedo volver a mi buhardilla con un simple saco de dormir. Envíe su respuesta a Croisset, de donde me la remitirán. Yo le dirijo esta a Mantes, donde ya estará usted de vuelta.
De Flaubert a George Sand, Dieppe, 11 de marzo de 1871.
Querida maestra,
¿Cuándo nos volveremos a ver? París no parece nada divertido. ¡Ah! ¡En qué mundo entramos! Paganismo, cristianismo, estupidismo: estas son las tres grandes etapas de la humanidad. Es triste adentrarse en la tercera.
No le voy a contar cuánto he sufrido durante el mes de septiembre. No sé cómo no he reventado. Eso es lo que me asombra. Nadie estaba tan desesperado como yo. ¿Pero, por qué? He pasado malos momentos en mi vida, he padecido grandes pérdidas, he llorado mucho, he tragado muchas angustias. ¡Pues bien!, todos esos dolores juntos no son nada comparados con este. No me repongo. No me consuelo. No tengo ninguna esperanza. Sin embargo, yo no me consideraba progresista y humanitario. ¡Qué importa! ¡Tenía ilusiones! ¡Cuánta barbarie! ¡Qué retroceso! No perdono a mis contemporáneos que me hayan convertido en un bruto del siglo XII. Se me atraganta la bilis.
Esos oficiales que rompen los espejos con guantes blancos, que saben sánscrito y se precipitan sobre el champagne, que te roban el reloj y después te mandan su tarjeta de visita, esta guerra por dinero, esos salvajes civilizados, me horrorizan más que los caníbales. Y todo el mundo va a imitarles, ¡todo el mundo va a ser soldado! Rusia tiene ahora cuatro millones. Toda Europa irá uniformada. Si nos tomamos la revancha, será ultra feroz, y sepa que sólo pensarán en hacerlo, en vengarse de Alemania. El gobierno, cualquiera que sea, sólo se podrá mantener especulando sobre esa pasión. Matar será la meta de todos nuestros esfuerzos, el ideal de Francia.
Acaricio el siguiente sueño: irme a vivir a un país soleado y tranquilo. Preparémonos para nuevas hipocresías: proclamas sobre la virtud, diatribas contra la corrupción, austeridad en el vestir, etc. ¡Pedantería absoluta!
Actualmente hay doce prusianos en Croisset. En cuanto mi pobre morada (que en este momento me horroriza) quede vacía y limpia, volveré. Luego iré sin duda a París, a pesar de su insalubridad. Pero eso me importa un bledo.”
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