El empeño por encontrar protofeministas y hacerlas por eso de izquierdas (empeño que me recuerda al rigor inquisitorial con el que André Breton buscaba protosurrealistas para avalar su anecdótica escuela literaria), se choca, guste o disguste a quien sea, con la realidad insoslayable del conservadurismo de Pardo Bazán y el falangismo militante de Concha Espina y Mercedes Fórmica, cuyo artículo, "Domicilio conyugal", publicado en ABC el 7 del 11 de 1953, fue decisivo para que desapareciera del código penal la aberrante figura de “abandono del domicilio conyugal” (legalmente era el del marido y nada más), que costó la vida a tantas mujeres maltratadas sistemáticamente por sus maridos, obligadas a quedarse en su casa con él, si no querían perder todos sus derechos; entre otras, la mujer de la que trata dicho artículo.
Pero es pensando en Emilia Pardo Bazán, y en la tendencia actual a hacerla pasar por izquierdista, a fuer de feminista, por lo que me gustaría recordar a las desinformadas criaturas que tal piensan, que reclamar y luchar por los derechos de la mujer e indignarse por la violencia ejercida contra ellas no es una característica de la izquierda, por muchas milongas que les canten desde el poder, como resulta evidente en los ejemplos anteriores y se podrían encontrar muchos más. Hacer de izquierdas a doña Emilia, resulta más fácil, por sus muchas amistades liberales, más difícil resulta que lo hagan de las otras dos, por eso, simplemente las silencian.
También se olvidan de que fueron las socialistas las que se negaron a admitir el voto femenino y que ese partido era, como todos, eminentemente machista, y no digamos ya el comunista, famoso por su homofobia represora. Tiene que doler mucho creer a pies juntillas que es la mirífica izquierda la que se ha encargado, hace apenas dos días, de liberar a las mujeres de “la vaina del varón”, que dirían en Sudamérica y encontrarse de pronto con esos contundentes precedentes que demuestran lo contrario.
Conozco algo la historia del movimiento feminista. Esos logros que tanto trabajo han costado, y que las triunfadoras empoderadas de ahora (que se lo deben todo a su papá freudiano) han olvidado, se han convertido en excesos que, errónea e injustamente, se computan como inevitables. Yo no lo creo así y también creo que habría que hacer algo al respecto, sobre todo el elemento femenino, especialmente afectado por ese continuo insulto a su inteligencia, pues “cuánto más vil es el opresor, más infame el esclavo”, como decía La Harpe, poeta francés del XVIII que se mantendría totalmente ignorado si Chateaubriand no le hubiera citado en sus Memorias de ultratumba.
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