Cordón sanitario 14/01/2007
Tras la manifestación-trampa de ayer leo muchas columnas catastrofistas, que lloran la derrota definitiva del liberalismo y de la democracia: que si no hay nada que hacer, que ganarán siempre, que se llevan a la gente de calle, etc. etc. ¡Menos lobos! La demostración sindical del otro día contaba con un público demasiado heterogéneo como para conseguir el grado necesario de adhesión inquebrantable al régimen zapateril. Después de haber sido barridos de la calle por la derecha -la única tendencia política que por el momento apoya realmente a las víctimas en este país- los progres, que en el fondo admiran a ETA, han visto el cielo abierto ante la posibilidad de repetir sus estrofas de siempre. Y sobre todo de dar saltitos pues, por alguna razón que se me escapa, consideran ese gesto muy de izquierdas y que no me digan que es porque son jóvenes, porque me da la risa.
Pero no ha sido tan bonito como hubieran querido: mucha gente no les seguía el juego. Esto se podía ver muy bien en Telemadrid (bravo por ellos) que según se dice fue atacada en algún tramo del recorrido, como era de esperar de esa tropa. Rodeada por un cordón sanitario (Luppi dixit) de corte nazi, compuesto por presuntos lectores de El País y presuntos actores (lectores de nada) que coreaban vaciedades, una heroica corresponsal, esgrimía su micrófono, como los héroes de Iwo Yima la bandera en la cima de la arriscada montaña, y entrevistaba a unos cuantos ecuatorianos, cuyo discurso era muy diferente del que podían desear los organizadores del evento.
Esa gente, ni parecía contenta, ni tenía motivos para estarlo. Encima de haber perdido a sus conciudadanos, estaban ahí aguantando que los españolitos (ya sabemos cuánto nos quieren) les utilizaran para librar sus batallitas políticas. Hablé con varias personas que habían asistido, movidas por diferentes anhelos. Algunos, de buena fe, porque creían que era su deber, ya que estuvieron siempre en todas las manifestaciones contra la ETA desde el principio. Estaban indignados. Ecuatorianos (mi asistenta finalmente acudió y lo entiendo) que creían que se iba a pedir justicia y mano dura contra los asesinos y vieron que no era así, ni era ese el camino. Estaban indignados. Y un par de familiares progres que habían ido lisa y llanamente a apoyar a Zapatero. Estaban encantados. Ya conocen su razonamiento: la culpa la tiene el PP que no apoya las negociaciones y enfurecen, con razón, a los pobres etarras. Son como la mujer del inefable Ubu, de Alfred Jarry, la cual, tras dar a luz a un niño negro le dice a su blanco esposo, que la mira con desconcierto: ¡Pero con quién habrás estado, tarambaina!
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