La Gaceta de los Negocios, 7 de junio de 2004)
Un año más los no taurinos nos enfrentamos al desafío que supone para nuestros sentimientos la larga serie de corridas que integran la Feria de San Isidro. Desde que me asomo a este periódico creo que nunca he faltado a la cita desde nuestra particular barrera, a sabiendas de estar abocada al más rotundo fracaso.
A mí no me anima ningún afán de proselitismo, ningún anhelo de torcer intenciones ni mucho menos de ofender a quienes disfrutan con eso que consideran un magnífico espectáculo, o a quienes creen asistir a un singular combate entre el hombre y la bestia.
Las razones por las que a mí me parece deplorable tienen que ver con el odio a la violencia en general y, en particular a la violencia ejercida sobre los animales, como ejemplo máximo de la indefensión absoluta. Vivo cerca de la plaza de toros de las Ventas y, por los bramidos que salen de noche de los corrales, puedo asegurarles que los animales saben que van a ser sacrificados. Si eso no es un tormento…
Se me dirá que, en las corridas, al animal se le permite defenderse y matar llegado el caso, lo que ocurre con relativa frecuencia, cosa que lamento, pues no soy tampoco de esos fanáticos antitaurinos que prefieren al toro. Al menos por ahora.
Este argumento, esgrimido generalmente por quienes están “a favor”, a mí me parece todo lo contrario, y se me antoja que, abocada a ser o una crueldad innecesaria para el toro, o una amenaza temeraria para el torero, la corrida desafía todo lo que se supone que configura nuestra sensibilidad occidental.
Pero sin duda estoy equivocada, pues hay por ambas partes todo un arsenal de citas famosas y de referencias literarias a cuál más relevante y convincente. Ellos te sacan a relucir a Bergamín, a Lorca, a Ortega y a Hemingway y tú les restriegas por las narices a Azorín, Galdós, doña Emilia Pardo Bazán y, más recientemente a J.M.Coetzee y su impecable defensa de los animales. Tú les atacas con la ética y ellos se defienden con la estética. Y todo es en vano
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