¿Recuerdan la crisis que provocaron los socialistas en la asamblea de Madrid? Si parece agua pasada es porque todo salió bien, aunque las heridas se cerraron en falso. Pero nadie nos dice ahora que vayamos a tener tanta suerte, con la que se han montando en Cataluña.
La diferencia estaba en que aquello nos daba mucha risa, por sus elementos saineteros y porque parecían cosas de casa, pero lo ahora, además de bascas, produce escalofríos. Tamayo y Sáez hicieron polvo a Simancas y al PSOE, pero no estaban jugando con la seguridad física de las personas, no negociaban con la distribución territorial de los muertos.
El desaire de Carod a Maragall y de éste a Zapatero, así como la reacción de los medios afines a los tres, permite asegurar que los que todavía mantienen fidelidades con la izquierda no difieren de la protagonista de Good bye Lenin y su nostalgia comunista.
Al menos una preferiría creer que los que se aferran a esas posturas lo hacen por razones afectivas, como la buena señora de la película y no por rabia, envidia, desesperación e ignorancia, como realmente parece si atendemos a algunas de las manifestaciones públicas de sus valedores.
Un ejemplo redondo nos lo han dado los actores, con su empecinado rechazo a solidarizarse con las víctimas del terrorismo y su incapacidad de comprender y de sentir el sufrimiento real (en suma, se pasan la vida fingiendo). Sin duda consideran que están en posesión de la clave del bien y del mal, peligrosa actitud que siempre lleva a defender lo peor.
Ahora, en vez de quedarse calladitos después de su bochornosa actitud, han decidido mantenerse en una línea beligerante y manejan con incorporarse a la campaña electoral de la oposición, regalándoles 30 minutos de cortos. Buena idea. Como sean tan malos y tan soporíferos como sus películas contribuirán a que el socialismo y el comunismo mueran, y no sólo por sus contradicciones internas.
La Gaceta de los Negocios, 9 de febrero de 2004.
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