No les quepa duda, el editor, que siempre ha sido y seguirá siendo el enemigo natural del autor. Los editores han cometido tantas injusticias, tantos atropellos, han mantenido cautivas tantas obras y explotado a tantos autores que la reacción no se ha hecho esperar y ahora pasa con los autores y los editores lo mismo que con las mujeres y los hombres, que hay ahí una deuda histórica que hay que saldar, aunque paguen justos por pecadores. Si hubiera habido agentes literarios en su época, ni don Benito Pérez Galdós, ni Baroja ni la Pardo Bazán tendrían que haber perdido tanto tiempo y dinero gestionando su propia obra. Felizmente, ahora no sólo hay leyes que respaldan la propiedad intelectual y prohiben aquellos contratos que ataban de por vida (y más allá de la vida) a un mismo editor, sino que, gracias a los agentes, los editores ya no pueden falsear ni ocultar cifras de tiradas y de ventas. Si algún autor de los que van por libre cree que sus editores le dicen la verdad cuando le liquidan los derechos es que todavía cree en los Reyes Magos. Por eso odia el editor al agente, porque no puede engañarle. Sólo esto bastaría para convertir al agente literario en el principal aliado del autor. Creo que me he explicado claramente.
Si ustedes quieren, ahora nos ponemos a hablar de literatura, que es algo muy diferente a lo que suelen hacer los editores y no lo digo por Mario Muchnick que es de los pocos que se salvan a ese respecto. También hay otros: Pre-Textos, Siruela, Trotta (por cierto, estuve hace dos días en la presentación del libro de José Jiménez Lozano, Retratos y naturalezas muertaspublicado por esta editorial, que presentó, entre otros, mi admirado Gabriel Albiac en la Residencia de Estudiantes), La Discreta, El Acantilado, Alba y muchas más que están surgiendo a cada paso, en cierto modo porque han descubierto que es bastante más barato publicar a los veteranos de más de un siglo, que ya han salido de los ineludibles purgatorios de la reputación y de los derechos de autor, que a los autores que siguen en ambos o, lo que es peor para los editores, que todavía están vivitos y coleando.
Aunque algunas se arriesgan, a mi entender, bastante poco y ahorran hasta tal punto que ni siquiera son capaces de encargar nuevas traducciones, con lo cual perpetúan los mismos errores de las viejas versiones que utilizan, haciendo un flaco favor al lector y al autor, que son los únicos que importan en este negocio. Pienso, por ejemplo, en la desafortunada traducción de Domingo Pruna de Mis aprendizajes de Colette, que Ediciones del Bronce ha reproducido sin hacer la menor corrección, permitiendo que una de las protagonistas siga estando «afligida, como su madre, por un pelo terrible» al que «arrollaba» sobre su cabeza, sumiéndonos de paso a nosotros en una aflicción no menos arrolladora e incómoda.
Tampoco entiendo por qué la casi secreta editorial llamada Ediciones internacionales Universitarias, que tiene un fondo estupendo, con títulos como Los huevos fatales de Mijaíl A. Bulgákov, o Lady Macbeth de Mtsenk, de Nikolaï S. Leskov, no se ha tomado la molestia (y el gasto) de hacer una nueva traducción de La ciudad y las sierras de Eça de Queirós, y utiliza la histórica (pero muy superable) versión de Eduardo Marquina. No creo que sea por falta de fondos porque según me han dicho mis fuentes pertenece al Grupo de Negocios a quien no parece que le vaya demasiado mal en materia de finanzas. Pero no quiero quejarme demasiado, porque en definitiva, es mejor una vieja traducción de Eduardo Marquina que una nueva novela de Lucía Etxebarría. ¿No creen?
Si ustedes quieren, ahora nos ponemos a hablar de literatura, que es algo muy diferente a lo que suelen hacer los editores y no lo digo por Mario Muchnick que es de los pocos que se salvan a ese respecto. También hay otros: Pre-Textos, Siruela, Trotta (por cierto, estuve hace dos días en la presentación del libro de José Jiménez Lozano, Retratos y naturalezas muertaspublicado por esta editorial, que presentó, entre otros, mi admirado Gabriel Albiac en la Residencia de Estudiantes), La Discreta, El Acantilado, Alba y muchas más que están surgiendo a cada paso, en cierto modo porque han descubierto que es bastante más barato publicar a los veteranos de más de un siglo, que ya han salido de los ineludibles purgatorios de la reputación y de los derechos de autor, que a los autores que siguen en ambos o, lo que es peor para los editores, que todavía están vivitos y coleando.
Aunque algunas se arriesgan, a mi entender, bastante poco y ahorran hasta tal punto que ni siquiera son capaces de encargar nuevas traducciones, con lo cual perpetúan los mismos errores de las viejas versiones que utilizan, haciendo un flaco favor al lector y al autor, que son los únicos que importan en este negocio. Pienso, por ejemplo, en la desafortunada traducción de Domingo Pruna de Mis aprendizajes de Colette, que Ediciones del Bronce ha reproducido sin hacer la menor corrección, permitiendo que una de las protagonistas siga estando «afligida, como su madre, por un pelo terrible» al que «arrollaba» sobre su cabeza, sumiéndonos de paso a nosotros en una aflicción no menos arrolladora e incómoda.
Tampoco entiendo por qué la casi secreta editorial llamada Ediciones internacionales Universitarias, que tiene un fondo estupendo, con títulos como Los huevos fatales de Mijaíl A. Bulgákov, o Lady Macbeth de Mtsenk, de Nikolaï S. Leskov, no se ha tomado la molestia (y el gasto) de hacer una nueva traducción de La ciudad y las sierras de Eça de Queirós, y utiliza la histórica (pero muy superable) versión de Eduardo Marquina. No creo que sea por falta de fondos porque según me han dicho mis fuentes pertenece al Grupo de Negocios a quien no parece que le vaya demasiado mal en materia de finanzas. Pero no quiero quejarme demasiado, porque en definitiva, es mejor una vieja traducción de Eduardo Marquina que una nueva novela de Lucía Etxebarría. ¿No creen?
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