Junto a mi casa, en la calle, bajo un frondoso fresno de mi jardín que generosamente se expande al exterior, y frente a la montaña, hay un espacioso banco dónde se solazan unos viejitos, desde las ocho hasta el atardecer. Son siempre los mismos, pero cada vez se producen más bajas, este año, el de la única mujer del grupo que, como me dijeron cuando pregunté por ella, "está con los muchos".
Desde su banco no ven directamente la puesta del sol, porque da al este, pero sí el fastuoso reflejo. Filosofan, comentan, rememoran, suspiran y ayer mientras contemplaban el espectáculo, les oí hablar así:
Uno: Estos bancos son estupendos.
Otro : Es verdad, en el mío también los han puesto
Todos: ¿En tu puebloo?
Otro 2: ¡Anda! y en el mío...
Todos: ¿En el tuyooo?
Y fueron enumerando las pedanías del municipio a las que había llegado la civilización. De la banda ancha no dijeron ni mu. Ni de las elecciones tampoco.
Me emocionó mucho.
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