Hace poco me consultaba un escritor, todavía inédito, sobre la clave para hacerse, de la forma más rápida posible, un hueco en el mundo literario. No es fácil contestar a esa pregunta sin caer en un cinismo descarado. De poco sirve que se les advierta que ese mundo en el que pretenden anidar es un lugar peligroso e inestable; un mundo en el que, antes de ser, hay que estar y después permanecer. Desde luego, hay diferentes formas de conseguirlo, aparte de la más rápida y efímera (ser presentador de televisión): primero escribir, segundo publicar, y luego estar atento a miles de cosas que pueden resultar fastidiosas pero que son indispensables, como hacer la ronda de las editoriales, visitar a los amigos y acudir a unos cuantos y estratégicos actos culturales. Todo, menos presentarse por su cuenta y riesgo a un premio literario. Pero la culpa no la tienen ellos, la culpa la tienen las editoriales que convocan los premios con unas condiciones tan ambiguas que es normal que levanten falsas esperanzas en los escritores más ingenuos.
Analicemos, por ejemplo, las de la última convocatoria del premio Planeta, que elijo por razones obvias. Pues bien, la primera en la frente: “Podrán participar en este Concurso todos los escritores, cualquiera que sea su nacionalidad, que presenten novelas originales, inéditas y escritas en castellano...” La trampa, no se les habrá escapado, está en el término ”escritores”, a secas, cuando deberían añadir “consagrados” o “famosos” o mejor aún “cuyo último libro haya alcanzado un venta mínima de tantos miles de ejemplares”. Porque es un secreto a voces que se trata de un premio, si no de un encargo (y bien quisiera que me lo encargaran algún día), pensado para escritores (buenos o malos), con los que la editorial está segura de no patinar a la hora de amortizar el cuantioso desembolso. Y si aún así, a veces patina, ¡cómo van a arriesgarse a promocionar a alguien que no ha publicado nada en toda su vida y cuya trayectoria posterior no está garantizada! Hay que haber demostrado muchas cosas para merecer ese premio, y todavía más para merecer a un negro sabrosón. ¡Cuántos escritores, muy rodados, hay que si publicaran con su propio nombre no venderían ni un solo ejemplar! Pero merced a un pacto, que no por legal es menos diabólico, lo pasan a la firma del genio durmiente y el aborregado público agota todas la ediciones que tengan a bien presentar. El mundo es “ansí”, y lo peor es que lo hemos hecho nosotros, todos, sin excepción: escritores, editores, críticos y lectores.
Creo que fue Doris Lessing, la famosa escritora angloparlante, quien se permitió el lujo de poner en ridículo la cadena de montaje. Al parecer, harta de tanta admiración incondicional, presentó un libro con seudónimo a su editora (no me hagan caso pero creo que fue El quinto hijo) y se lo rechazaron con una carta en la que daban ánimos a la desconocida escritora para proseguir su carrera. Cuando lo reveló, nadie sabía donde meterse. Es curioso que en el asunto Cela la demandante haya argumentado precisamente que, con el supuesto plagio, el gran escritor quería denunciar toda esa farsa. Cada vez que se pronuncia la palabra “plagio” surgen casos por doquier. Cuando el apestoso asunto Quintana, que espero esté en los tribunales, los periódicos se pusieron a remover basureros. Ahora La Voz de Galicia se suma a los acusadores de Cela con textos tan anodinos que es mejor no saber quién los ha escrito. Incluso le acusan de haber entregado la novela al premio Planeta fuera de plazo y se basan en el hecho de que en ella se reproducen noticias de ese periódico, posteriores al plazo de presentación. ¡Cómo si los escritores no pudieran hacer correcciones en sus obras hasta casi el día antes de que salgan de la imprenta!
Es más, los escritores pueden hacer los que le da la gana, sobre todo los novelistas, que para eso es ficción. Lo ha dicho alto y claro el inefable Tahar Ben Jelloun, el escritor marroquí de expresión francesa (podría serlo de expresión árabe y bien que se lo reprochan algunos) para salir al paso del escándalo que ha originado su última novela en Marruecos. Todos le acusan de oportunismo, y de meterse con el régimen tiránico de Hassan II a toro pasado. Aún no he leído esa novela, pero tendré que hacerlo, pues para eso me pagan, y además en español, por eso de comprobar la calidad de la traducción. Hay una cosa que, para empezar, me ha llenado de perplejidad. Me refiero al título, Sufrían por la luz. ¿Por qué, si el título original, Cette aveuglante abscence de lumière, tiene una correctísima traducción literal: "Esa cegadora ausencia de luz"? Porque pertenece a un verso de Vicente Aleixandre: Sufrían por la luz labios azules en la madrugada, que se cita al principio del libro, sin explicación de ninguna clase, razón por la cual todos pensarán que el conocimiento de la literatura española de Ben Jelloun, producto tal vez de su amistad con Felipe González es admirable y que la cultura española va ganando adeptos. Pues se equivocan. Esta cita no figura en el libro original, con lo cual, y ya que hablamos de plagios, RBA editores ha hecho cometer un plagio indirecto a Tahar Ben Jelloun. ¿Pero quién plagia aquí realmente? ¿Y a quién se le demanda?
Libertad Digital, Dragones y Mazmorras, 13 de abril de 2001.
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