julio-agosto.
Sigo con la correspondencia de Flannery O'Connor*, esa especie de Dostoievski católica y sudista, Aprovecho y releo algunos de los cuentos a los que alude, ejemplos de lo importante que es tener oídos para oír y ojos para ver, para poder así transmitir lo que tiene uno dentro, quien lo tenga, claro, como es su caso.
Seguir su correspondencia es seguir su vida, desde que empieza a escribir hasta que deja de hacerlo por su prematura muerte. Sus opiniones, que parecían consolidadas desde muy temprano, se van reafirmando, así como su sentido del humor. De entre sus corresponsales me quedo con A., que prefirió permanecer en el anonimato. A ella se abre de manera especial. Sus temas preferidos: la relación entre negros y blancos, la “buena gente del campo”, la religión, la literatura, la enfermedad, el feminismo…
“A los doce años, le dice a esta amiga, yo tenía alma de veterano y opiniones que no hubiera desaprobado un ex combatiente de la guerra de Secesión” y concluye: “Estoy convencida de que el peso de los siglos aplasta los niños." A ella la mantuvieron a flote.
A Flannery le resultaban indiferentes las señas de identidad de "género"; simplemente dividía a la gente entre los Aburridos y el resto, sin distinción de sexo, y añadía dos categorías más: los Semi Aburridos y los Aburridos Totales.
En otra ocasión escribe a Sally Fitzgerald, otra de sus principales corresponsales y autora de la edición, que para el vaquero de sus fincas todas las vacas son del género masculino: “Hoy él sólo me ha dado siete litros de leche”, se quejaba el buen hombre de una de ellas. “Supongo -comenta Flannery- que no le gusta sentirse rodeado de hembras”
Flannery, a quien la enfermedad tiene confinada en su finca, Andalusía, conforme va haciéndose famosa va recibiendo más invitaciones para dar conferencias y visitar otros lugares; en una ocasión comentando el furor por viajar de la humanidad entera, le dice a A.:
“El único país que he visitado es el de la enfermedad; es una expedición que enriquece más que un largo viaje a Europa. También es un lugar al que nadie te puede acompañar. La enfermedad antes de la muerte me parece extremadamente recomendable."
Las reflexiones sobre el catolicismo en su literatura y, en general, sobre el cristianismo y la religión, son numerosísimas en toda la correspondencia.
“Al decir que el deber moral de la poesía es nombrar con la mayor precisión posible todo lo que nos viene de Dios creo decir lo mismo que decía Joseph Conrad al atribuir al artista la tarea de hacer justicia de la mejor manera posible al universo visible”
"Creo que sólo hay una Realidad. Si la expresión 'Realismo cristiano' me conviene es por razones puramente académicas, porque estoy en un mundo en el que cada cual está en su compartimento, te coloca en el tuyo, cierta la puerta y se va."
Flannery está leyendo, por deferencia hacia quien se lo regaló, un libro llamado "El católico de nacimiento" y le ha sorprendido darse cuenta que las conversiones en el seno del catolicismo, de aquellos que han perdido la fe y la recuperan, son más interesantes que las que se producen fuera. Pienso cuán cierto es, por ejemplo, en el caso de Huysmans y otros escritores franceses de su época de quienes cierto cura decía al padre Mugnier (responsable de la (re)conversión de Huysmans) que "no dejaban de plantear problemas".
En cuanto a su agudo sentido crítico, me quedo con su juicio sobre Françoise Sagan. O'Connor cuenta, así como de pasada, que se había precipitado sobre Bonjour tristesse de Françoise Sagan porque Mauriac había dicho que lo había escrito el diablo: "Mejor se hubiera callado-dice a su corresponsal- porque el diablo escribe mucho mejor que Mlle Sagan". Bastantes páginas después, al hablar sobre el sentido de la escritura, Flannery explica por qué el diablo escribe mejor que Françoise Sagan: “porque tiene más sentido de lo dramático.” Continuará.
* El hábito de ser, en la traducción española.
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