1 de septiembre.- Este verano ha sido raro, en particular durante el mes de julio, y no sólo por el calor, intenso incluso en este enclave serrano, situado a 1200 metros de altura, sino porque, a pesar del calor, apenas ha habido insectos: ni moscas, moscardones, abejas. abejorros, ni avispas, mariposas, polillas, hormigas, no hablemos ya de sapos, lagartijas, luciérnagas, etc. Sólo unos grillos obstinados, y no muy numerosos, entonando su letanía de los muertos. Lo llamo así por un cuento de Richard Mathesson (CF) en el que cierto parapsicólogo -al menos es lo que recuerdo pues ya no dispongo del ejemplar- descubre que su canto no es más que la monótona sucesión de los nombres de quienes morirían próximamente, entre el que estaba -como es de suponer- el suyo. Pues bien, comentándolo con un amigo de la zona, nos dice que esa “desaparición de los insectos” es cíclica en la historia natural y nos habló de un entomólogo que vive en la sierra de Madrid, Arturo Compte Sar, Investigador de Ciencias Naturales del CSIC jubilado, que lleva ya consignadas seis extinciones de los insectos en dicha historia. Lo que no puedo dar son los títulos de las publicaciones donde lo documenta, aunque recuerdo el de la más reciente: “La sexta extinción de los insectos”, aún inédita. Impactante.
2 de septiembre. - Me he pasado la tarde arreglando el anejo en el jardín que hemos dispuesto para alojar el sobrante de libros. Iba a ser una caseta de madera para aperos, muebles, etc., pero nos quedó tan amplia y bien ventilada que decidimos que éste no era su mejor destino y la forramos de estanterías. Es también un pretexto muy agradable para atravesar el jardín y decir a los demás: “Me voy a la biblioteca”, apelativo que su tamaño no merece, pero sí su función, porque la biblioteca es el alma de la casa. Me parece que lo he leído en Cicerón. Si no es así, queda igual de bonito. Y de acertado. Por supuesto, se nos está quedando pequeña.
5 de septiembre. -Hemos tenido que bajar a Madrid por razones que no vienen al caso durante dos días y a la primera tarde, yo, que creía añorar el asfalto después de estos más de dos meses de exilio voluntario, eché de menos el paseo vespertino, camino del sotobosque que lleva a la Pinilla, rodeada al sudeste por la tierra carmesí, y al noroeste por la dilatada llanura donde se desangra el sol.
Muchas gracias por tu entusiasmo, José Luis. Es un acicate. Abrazos
Publicado por: Julia Escobar Moreno | 10/09/2019 en 10:54
¡¡¡Qué prosa más bonita!!!. Ya me gustaría a mí.
Publicado por: José Luis Millán | 09/09/2019 en 11:28