Desde que a principios de los ochenta José Antonio Llardent, editor y traductor de Pessoa, (fallecido a los sesenta años, hace siglos), me presentó a Juan Eduardo Zúñigo, nos frecuentamos él y yo con mucha asiduidad hasta bien entrado los noventa. Luego la vida no separó pero nunca olvidaré que le debo mi iniciación a la literatura rusa así como largas horas de paciente escucha. Vivió como su prosa, atravesando el tiempo, limpiamente.
Este artículo que cuelgo a continuación, como homenaje y recuerdo, se publicó en Diario 16, en el suplemento de libros, el 22 de abril de 1995, con el título de "Agudo son de cristal".
Siempre se ha dicho de Zúñiga que es un escritor secreto, hasta el punto de que casi resulta un tópico, al hablar de él, calificarle de tal aunque, como ocurre con todos los tópicos, tenga su fundamento. La verdad es que el caso de Zúñiga no deja de recordar al de Robert Walser, aquel escritor suizo de habla alemana al que Canetti se refería como "el más oculto de todos los escritores". Se diría que Zúñiga, como Walser, han practicado la literatura casi en la clandestinidad, aunque el resultado es tan evidentemente favorable en ambos casos que tal apartamiento de toda publicidad, tal ocultamiento, no han hecho sino aumentar su fuerza.
Desde que la editorial Alfaguara se ha encargado de ofrecer a los lectores la producción literaria de Juan Eduardo Zúñiga, éste ha salido de esa oscuridad y si todavía se puede decir de él que es secreto, sin duda es por lo insólito y, desde luego, por lo atípico de su literatura, especialmente si atendemos al momento en que empezó a escribir (no hay que olvidar que esta última novela es en realidad la primera).
Zúñiga no sólo sorprendió por la elección formal de sus temas sino por su trabajada prosa en la que se encuentran voces y resonancias demasiado universales para ser explicadas por las clasificaciones generacionales al uso. Sin embargo la prosa de Zúñiga, deliberadamente ambigua y poética, aunque refleja ecos preteridos, pero eternos, de la literatura universal, en particular, de la literatura eslava (véase "El anillo de Pushkin" y su biografía de Turguéniev), no permanece en modo alguno ajena a la inquietud social de su época como muy bien puede apreciarse en la lectura de la novela que comentamos.
En ella se expresan los infinitos recursos del ser humano para salir triunfador de la opresión y de la esclavitud pero con un tratamiento formal y un planteamiento estético muy diferentes a los utilizados por una literatura que se obstinaba en permanecer anclada en un realismo casi metalúrgico.
La acción de" El coral y las aguas" transcurre en una polis griega, en el siglo IV antes de Cristo, como se deduce entre otras cosas por las alusiones a Alejandro de Macedonia expresadas por algunos de los personajes. Estos últimos, pertenecen a los diferentes estamentos de una sociedad bien definida y fuertemente jerarquizada que se ven sacudidos por un mismo presentimiento que, como un hilo conductor, despierta su conciencia dormida, provocando en cada uno de ellos reacciones distintas, según el sexo, edad y condición, pero con un elemento común a todos ellos: el deseo de cambiar, de transformarse, de recuperar la libertad (caso dramático del niño, esclavo del alfarero) la libertad y el amor, (caso del pescador y de su amada, la joven aguadora, poseída muy a su pesar por un inexplicable don de videncia ) y la libertad y la paz, (caso del soldado desertor, ¿o habría que decir insumiso?). I
Incluso los sectores supuestamente más integrados, representados por el tirano y la pitonisa (el núcleo mismo del poder), se ven sacudidos, como los cimientos de la propia ciudad, por esa especie de viento profético que arrastra tras de sí la joven aguadora mientras la atraviesa y que da al traste con los bienes del primero y los poderes de la segunda. En este libro, de una belleza desgarradora, poesía y prosa se aúnan para fraguar una hermosa y punzante alegoría de la juventud y de la libertad con resonancias musicales, casi líquidas, como un agudo son de cristal que atravesara el tiempo limpiamente.
Juan Eduardo Zúñiga: El coral y las aguas. Alfaguara, Madrid, 1995, 174 pp.
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