Publicado en TheObjective.com el 2 de septiembre de 2020 con el título de “Erdogán,
Con la reocupación de Santa Sofía y la consiguiente exclusión de cualquier vestigio cristiano en ella -dice Serafín Fanjul en una reciente tercera de ABC– Erdogán liquida la gloriosa Alianza de las Civilizaciones y pone en el candelero la polémica de convertir a la Catedral de Córdoba, antigua mezquita, en un templo multirreligioso, “arbitrismo fácil de pergeñar para quien carece de creencia religiosa alguna (…) y entérense de una vez, los primeros que no admitirían una catedral-mezquita de Córdoba serían los musulmanes. Y tendrían razón, desde su punto de vista: o todo o nada”, concluye Fanjul.
Haciendo un repaso a la historia universal de la infamia y los principales acontecimientos que la jalonan desde la Caída de Constantinopla en manos de los otomanos (1453), de la que nunca se repuso Álvaro Mutis, como contaré más adelante, y dando un salto cualitativo, están, por orden cronológico, la Revolución francesa (1789), la bolchevique (1917), el fascismo (Italia, 1925), el nazismo (1933), el triunfo del frente popular de la II República en España (1936) y las muchas veces terribles secuelas de todos esos desastres, como pueda ser la siniestra pervivencia del comunismo en nuestros días, tal vez explicada por el hecho de que, a pesar de la implosión de la URSS en 1991, no conoció la derrota ni tuvo ningún Nuremberg que juzgara a todos los criminales que actuaron y actúan en nombre de tan funesta ideología. Pero ese es otro artículo porque éste lo voy a centrar en un escritor en el pensé inmediatamente al conocer esa segunda afrenta turca a la religión cristiana. Me refiero a Álvaro Mutis.
Mutis, junto a su compatriota y amigo Nicolás Gómez Dávila, personifica de manera rotunda y brillante lo que este último llamaba “el reaccionario auténtico”. A esta categoría pertenecen también muchos otros, como Léon Daudet que llegó a decir “soy tan reaccionario que a veces se me corta la respiración”; o antes que ellos, Chateaubriand, el Príncipe de Ligne y podríamos seguir, pero ya empezaría a rozarme con una segunda categoría de grandes reaccionarios “heterodoxos” como Baudelaire, Chesterton, Pla y, por último, con una tercera: la de los reaccionarios “a la fuerza” o conversos: Koestler, Orwell, Camus, etc., cuya valía está avalada por su valiente reacción ante los hechos y contrasta con la cobarde y rastrera postura de quienes, confrontados a esos mismos hechos, optaron por callar y convertirse en “los silenciosos (y algunos vocingleros) cómplices del verdugo”, cuyo ejemplo más ominoso es Jean-Paul Sartre.
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