Publicado en TheObjective.com el 9 de diciembre de 2020
Hablando con un superviviente de la tribu poética con quien formé parte en nuestra lejana juventud de la «infame turba de nocturnas aves» que poblaba nuestros sueños, rememoramos anécdotas del pasado, en las que salieron a relucir poetas que entonces estaban en la flor de sus pecados, como Gloria Fuertes, Eladio Cabañero, Carlos Edmundo de Ory, Antonio Gala, Paquita Aguirre, Félix Grande, Caballero Bonald, Fernando Quiñones. Ellos, y muchos más, se reunían en casas de unos y otros (generalmente en la de Fèlix y Paquita) y armaban la marimorena, encuentros a los que nosotros tuvimos el privilegio de asistir a pesar de ser unos párvulos.
También salieron a relucir aquellas demenciales e inolvidables sesiones poéticas del Ateneo de hace cincuenta años, cuando estaba intervenido por el régimen y funcionaba, dirigido con gran eficacia por personas de calado, como Florentino Pérez Embid o Carmen Llorca, que no eran de izquierdas, pero invitaban sin problemas a los arriba citados, que sí lo eran y a otros de gran renombre, que también, aunque reconocer esto fastidie mucho a los actuales partidarios de la desmemoria histórica. También en la TVE del yugo y las flechas, en el espacio «La noche se serena» con el que, tras la hierática y obligada imagen de Franco, terminaba la programación del día, el futuro filósofo y chamán experto en drogas, Antonio Escohotado, y yo recitábamos poemas de Lorca –asesinándole por segunda vez con nuestra torpeza de principiantes– .
En los estudios de Paseo de la Habana, y ya en aquella época, media plantilla de colaboradores externos, o pertenecía al PCE o como poco era antifranquista. No sólo ocurría esto en el mundo de la cultura, también en la Administración algunos funcionarios, al tomar posesión de sus puestos, juraban sin pestañear los principios fundamentales del Movimiento y, sin embargo, al salir del trabajo iban directamente a las reuniones de célula. Y no hablemos del mundo del cine… Valga esto como testimonio directo de esa inalienable verdad de la que no soy la única protagonista, aunque ya queden vivos muy pocos testigos. Pues bien, en la conversación con mi amigo X, que se empeña en mantener el anonimato y lo siento pues es una autoridad, confundí a Rafael Morales con el también poeta Federico Muelas. A pesar de que él me lo señaló reiteradamente yo seguí en mis trece y sólo horas después de haber colgado caí en la cuenta de que tenía razón.
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