(Publicado en TheObjective.com el 6 de enero de 2021)
Con independencia de las limitaciones impuestas por la COVID, el ya viejo debate en torno al laicismo y la celebración y el sentido de la Navidad se ve recrudecido, sin duda, con el prejuicio militante, como de mandil (si no lo llevan lo parece), que la izquierda gobernante mantiene contra el cristianismo y, sobre todo, contra el catolicismo, reiniciada hace décadas por el infausto Zapatero. En 2006, siendo yo su sufrida directora de Programación, intentó sustituir el mensaje de paz y esperanza contenido en la figura de Jesús, con la exaltación de la escalofriante pesadilla prehispánica de ciertos rituales aztecas "el solsticio de invierno" lo llamaban y lo siguen llamando, y así justificar sus inmerecidas vacaciones para celebrar una fiesta en la que no creían. Todos, moros y cristianos, fueron a rendirle pleitesía.
La Virgen fértil, el complaciente San José, el bucólico camino que lleva a Belén, los pastorcillos, la burrita con la chocolatera, el molinillo y el anafre, el incienso, la mirra y el oro de los Reyes Magos, incluso aquel cuarto mago vestido de rojo, procedente de las regiones boreales que se perdió por el camino y compensa su despiste regalando cada año a los niños del mundo entero los juguetes y los caramelos que lleva en su caso, todos, quedaban desplazados por la rememoración de unos cultos y unas divinidades "alternativas" cuya crueldad convierte en un angelito al sanguinario Herodes. Cualquier cosa para saciar esa "sed infinita de paz" que caracteriza a los gobernantes de izquierdas, tan cursis como crueles, y que le ha hecho decir al replicante de turno que estas son las "fiestas del afecto". Empeño en el que el Vaticano ha jugado un destacado papal con se horripilante Belén que parece diseñado por el ministro Duque.
Seguir leyendo en https://theobjective.com/
Comentarios