Publicado en TheObjective.com el 18 de febrero de 2021
Es algo asumido que el paso de un siglo a otro no se produce sin solución de continuidad, algo tiene que ocurrir para que entendamos lo que hemos perdido … o ganado, una catástrofe, una guerra, un descubrimiento; no basta con el mero trámite administrativo/festivo del cambio de fecha, ni siquiera de estación: entre nosotros, el invierno. Hubo un tiempo en que creí que el acontecimiento que señalaría la frontera entre el siglo XX y el XXI había ocurrido demasiado pronto, me refiero al 11 de septiembre de 2001, con los atentados de Nueva York y el Pentágono. Algunos aseguran que ya se había producido antes, pero si lo dicen por la revolución electrónica resultaría que el siglo XX es el más corto de la historia pues llevábamos ya mucho tiempo revolucionados. Tampoco se ha escrito todavía la obra que caracterice dicho tránsito ya que la literatura es síntoma, no causa. Desde luego, nunca ha sido un acontecimiento literario el que ha separado un siglo de otro, por la sencilla razón de que escribimos a través del tiempo, por mucho que eso irrite a los sociólogos y a los pedagogos, los verdaderos artífices del siglo XX.
Por cierto, nunca olvidaré lo que decía don Julio Caro Baroja de estos últimos en aquellas tertulias de los setenta y ochenta, reminiscencia de las del XIX, que había en los cafés madrileños al caer la tarde, tertulias que serían sustituidas después por las presentaciones de libros. Don Julio, con aquella manera suya de hablar, algo desabrochada (como la prosa de su tío, por cierto), decía «¡Eso de los pedagogos raya en la pederastia» y lo volvería a repetir, seguro, si viera cómo se persiguen ahora a determinados personajes de ficción (Harry Potter o Winnie de Pooh, y tantos más), intentando arrebatar a la infancia ese escalofrío de terror que producen los cuentos de brujas y de magos, tan necesario en épocas prósperas, sobre todo en invierno, cuando se está en una habitación bien caldeada.
Claro que Rafael Sánchez Ferlosio —que también tenía tertulia por la misma época—sostenía que Walt Disney era el mayor pervertidor de menores de la historia porque antropomorfizaba a los animales, ¡cómo si no se hubiera hecho desde la antigüedad más remota! Nada irritaba más al hiperrealista autor de El Jarama que ver a un corzo hablando y llorando. No soy una entusiasta de Walt Disney (pelín cursi), pero de pequeña me fascinaban sus películas y me consta que a las generaciones a quienes se les ha permitido verlas les ha ocurrido lo mismo. La utopía progre ha sido siempre muy contraria a la fantasía y eso basta para comprender lo importante que es para el espíritu nutrirlo con suculentas leyendas y hermosas patrañas que le rediman, sublimándola, de la prosaica realidad para la que, desde que se instaló definitivamente el totalitarismo, preparan a los niños en nuestras escuelas. Los progres, como asueto, han preferido siempre la ciencia ficción a la literatura fantástica o de terror: les parecía, ¿cómo diría yo? más científica, más didáctica.
Para seguir leyendo pinche aquí:
https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2021-02-18/cuando-se-cambia-de-siglo/
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