Publicado en TheObjective.com el 3 de febrero de 2021
LA cultura es enemiga de la política, dijo Rajoy en un discurso preelectoral en 2004 —y fue derrotado—. Se equivocó en el orden de las palabras, porque en realidad, es la política la que es enemiga de la cultura: con ella gana, pero la machaca. En dicho discurso, el candidato del PP dijo dos cosas que me parecieron interesantes. La primera, que política y cultura son términos opuestos y la segunda, que, para la cultura, el Estado es un mal necesario. Es curioso que ambas afirmaciones las hiciera fuera de discurso. Tal vez por eso dieron tan poco que hablar. Afortunadamente, mi alma de archivera me hace tener mi propia hemeroteca, que resucito de vez en cuando, y, ahora que estamos en pleno de lo que se ha dado en llamar «la batalla cultural», me parece que vienen al pelo.
Volviendo al discurso, ninguna de las dos afirmaciones me parece una boutade, sino que, con ellas, él resumía lo que estuvo exponiendo durante tantos minutos con menos contundencia y valor. Con la primera se refería al dirigismo cultural de los regímenes totalitarios. No los calificó exactamente así, pero para mí quedó claro. Una política de privilegios y, por tanto, de exclusiones, con las que ni se hace cultura, ni se hace nada sino generar clientelas políticas y pueblo supuestamente agradecido: la impunidad del rebaño.
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