Publicado en TheObjective.com el 13 de mayo de 2021.
El turismo, tanto el exterior como el interior, se ha convertido en uno de los pilares de nuestra subsistencia. El que tendrá sin duda ahora más relevancia es el turismo cultural y el rural que ya estaban salvando la economía de muchas poblaciones, bendecidas por el arte o por la naturaleza, aunque también se las estaban cargando.
Este turismo, al que España, rica en patrimonio artístico y paisajístico, estaba particularmente abocada, se centró al principio en el cultural para dedicarse ahora, con especial saña, al rural. Ya no hay cerro, loma, pico, cañón, duna, enebral, hayedo, torrente o salina que no sea pisoteado ritualmente durante los fines de semana, en invierno y todos los días en verano. Si el emplazamiento singular, como se dice ahora, o paraje incomparable, como se decía antes, está aderezado por alguna construcción, ya sea cueva, castro, ruina románica o ermita rehabilitada, pronto empiezan a proliferar en los alrededores los merenderos y restaurantes que, aunque separados por carteles disuasorios del lugar de culto, hacen imposible su acceso porque se convierten, a su vez, en el verdadero objetivo de la peregrinación.
Comprendo que no es fácil encontrar el equilibrio para compensar los efectos deletéreos del turismo y al mismo tiempo vivir de él. Todos tenemos derecho a acceder a los lugares naturales o a visitar los monumentos, pero por eso mismo hay que protegerlos tanto del uso indebido de nuestra libertad de semovientes como de las hordas que sólo suben a la montaña si hay un buen restaurante en la cumbre y un parque temático.
Entonces ya no será una montaña, será una guardería infantil pues, como dice el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón, «Para que la montaña te hable, tienes que estar a solas con ella, y ha de seguir dominándote, que sea el gigante y tú el enano. Si le quitas ese papel seguirá estando ahí, pero ya no será grandiosa, será un espectáculo más». Es la misma diferencia que hay entre vivir una experiencia personal y ver una película.
No sé qué consecuencias tendrá ahora la abstención de esos dieciocho meses, pero me temo lo peor y me acuerdo siempre de lo que decía al respecto un amigo que por su profesión y su cosmopolita composición familiar se vio siempre obligado a moverse de un lado a otro del planeta: que viajar es de pobres. No sé si se refería a la pobreza interior o a que la mayoría paga sus viajes a plazos y las deudas les mantienen en un estado de pobreza y sujeción muy similar al de los siervos de la gleba respecto al señor feudal, encarnado ahora en los bancos. Aunque yo realmente creo que lo que es de pobres es cocinar, pero esa es otra historia
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