Crónicas veraniegas/2
La paella
Otro de los rituales veraniegos, que para los que están "in villegiatura" convierten a esta estación en una fiesta, es la ceremonia de la paella.
En todas las familias hay alguien que hace las paellas como ninguno. Generalmente es un hombre que no cocina otra cosa. Por supuesto, no es una comida cualquiera. Es un acontecimiento mundial. Ese día, generalmente un domingo, la familia se levanta muy temprano y se prepara para ayudar al artista. Lo primero que hace éste es regar el jardín y preparar el rincón del ara donde se consumará el holocausto: trébedes, atizadores, paella, cucharones, tenazas, soplete, manoplas, lo que sea menester para llevarlo a cabo.
En la cocina, donde el mago ya ha dispuesto los elementos con los que se hará el fumet, sus ayudantes ponen manos a la obra: pelan las gambas, que apartan en un bol y reservan. Después, echan cáscaras y cabezas en una olla donde alguien (nunca el artifice) ha puesto en el agua hirviente la cebolla, las zanahorias y los aderezos desechables de costumbre, elegidos por el mago, que han de estar un mínimo de dos horas al fuego. Hay quien lo deja preparado el día anterior pero a muchos no les parece lo mismo.
También ha sacado y separado los tropezones que harán único su arroz: carnes, mariscos, verduras (sin olvidar las gambas o langostinos previamente pelados) para que sus ayudantes se los den y él los vaya empleando a su debido tiempo. Tiempo que siempre falta pues corre más de lo necesario y han empezado a venir los invitados a presenciar el milagro. Por eso, otro destacamento familiar está sacando ya mesas y sillas para todos y las bebidas y tropezones para el aperitivo que acompañará el espectáculo.
El artífice, tras saludar a sus amigos jovialmente, enciende el fuego. La ceremonia ha empezado. El oficiante pide a su auxiliar esto y aquello para irlo empleando según su personal receta y, por supuesto el caldo, recién hecho y perfectamente colado. Ahora a esperar, bajo la atenta supervisión del cocinero.
Los chistes, las bromas, las anécdotas, incluso las discusiones políticas, se van sucediendo mientras manos diligentes de la casa acaban de poner la mesa.
Todo está preparado. El artista enseña orgulloso la inmensa paella que desprende un aroma irresistible. Aplausos, fotos, regocijo, placer y ¡a la mesa! A las 8 o 9 de la tarde se han ido todos y la Legión invencible empieza a recoger. El artista vuelve a regar y limpiar el rincón sagrado. Cansados, pero felices, los miembros de la familia suspiran satisfechos y la noche luminosa del verano cae sobre ellos como un manto.
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