Recluida en la paz de estos desiertos...
Aprovechando que por primera vez en varios años no tengo encargos perentorios a la vista, he intentado poner poner orden a compromisos más antiguos conmigo misma. Pero, como todo aquello que no es apremiante, lo voy procrastinando -como gusta tanto decir ahora que nadie sabe latín- y necesitaría un destierro más largo del que inicié hace ya más de dos meses.
Por ejemplo, mi fementido libro sobre doña Emilia, que arrinconé por hastío de los abusos ajenos. Pues bien, espoleada por la conferencia sobre ella (Instituto de Estudios Madrileños 22 de junio https://youtu.be/9m89HcuVEvI) que
contiene "novedades", cómicas algunas, otras trágicas, sobre las que los artífices de las conmemoraciones oficiales pasan como sobre ascuas o simplemente silencian, decidí resucitarla pero, de pronto, se cruzó mi libro de poemas, tan abultado que ya son dos y al pensar en un editor me dije: “mañana llamaré, que aún están de vacaciones”.
Y entonces pienso en esa antología de poesía religiosa francesa insólita o atípica (Apollinaire, André Masson, Jabès, Max Jacob, Baudelaire, Rimbaud y otros), que poco a poco voy traduciendo, y me veo aquejada por la misma pereza de “moverme” entre editores y digo: “cuando vuelva a Madrid”, como si eso solucionara mis problemas de movilidad. Y es que Ortega tenía razón: el campo embrutece. Por fortuna, algunos encargos asumidos recientemente me van a obligar a disciplinarme, y veo que lo necesito. Nunca saqué adelante más cosas que cuando tenía que escribir tres artículos semanales, asistir a dos tertulias radiofónicas y dar dos clases semanales de traducción literaria. La libertad es muy difícil de dosificar y por eso “procrastinamos” tanto.
Ahora mismo lo estoy haciendo con esta entrada, y todo para contar que un truco para evadirme de mis obligaciones más serias es el repertorio de nombres “en uso” que estoy haciendo, por orden alfabético. Siempre me privó la antroponimia. Una de mis fuentes, como es natural, es el santo del día. Como suelen ser muy antiguos, recurro a Internet para ver si alguien lo lleva y suelo llevarme grandes alegrías. Por ejemplo, hace poco fue san Clodoaldo. Busqué y hallé y fue un verdadero regalo, pero esto lo dejo para otro día, que tengo que salir de paseo: la puesta de sol no espera
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