Ni las culturas más autosuficientes, como pueda ser la anglosajona, se conforman con lo propio y hacen incursiones en lo ajeno, lo que implica recurrir a la traducción, por muy humillante que pueda resultarles a los más soberbios. Esa especie de fagocitación cultural es la que ha conformado nuestro intelecto, incluso de una manera indirecta o si se prefiere, pasiva. Esa especie de milagro de la traducción, que consiste en hacer transparente lo opaco, se hace más patente que nunca en el doblaje de cine.
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